Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

martes, 28 de enero de 2020

Sueños locos XCCCII (Secuestro)




  Me arrepiento de haber acompañado a Kevin y a Brian esa noche. Amigos del barrio. También estaba Brandon, alumno mío, sobrino de uno de ellos. La vida me puso en el lugar de ser el único de la banda que fue a la universidad. Mucha gente dejó de hablarme. "¿Vos te creés más por ser profesor?"; bueno, así, pero sin las eses. Como alumno, sufrí bullying. Como docente, también. Tal vez por recordar algo de una adolescencia que no tuve, me metí en una aventura con malas juntas...

  En ese tiempo, daba clases en una secundaria nocturna de Villa Infierno. Lengua y Literatura. Recuerdo que Brandon me esperó a la salida para rogarme que lo apruebe. Le dije que sí, pero le advertí que debía esforzarme un poquito más. Minutos después, llegaron Kevin y Brian en un auto. "¡Mirá quién está acá! ¡El profe fatal! ¡No viniste más a ver los pibes! ¡Gato!" Me reí. No recuerdo quién me lanzó la humorada, pero lo tomé a bien. Siempre me moví en el lugar del profesor buena onda, del comprensivo y contenedor al que recurren adolescentes y jóvenes para hablar de la vida. 

  No sé cómo sucedió, pero al rato me encontraba en el auto con estos personajes. Confieso que me sentía extraño al compartir con un alumno mío una situación no escolar. Tres tipos adultos y un adolescente conversando sobre mujeres, drogas y delito. ¡Vaya ejemplo para el muchacho! En verdad, yo callaba ante las ocurrencias de Kevin y Brian. Ellos fueron compañeros míos en primer año de la secundaria, pero desertaron para incorporarse a los ejércitos de la calle. Yo, en cambio, perseveré en el camino del estudio y me mantuve relativamente alejado de la noche y las malas influencias.

  No me acuerdo con claridad de los temas que se iban tocando en ese auto. Sí puedo decir que viajaba atrás junto a Brandon, que no decía mucho y se lo veía incómodo por la situación. La madre pronto reclamaría por él telefónicamente. ¡Pobre mujer! Perdió a su marido en un ajuste de cuentas. Y dos hijos fueron abatidos por la policía tras un intento de robo (salidera bancaria). 

  Entre una palabra y otra, llegamos a la zona de Once. Brian manejaba y Kevin lo secundaba. Este último dijo, con respecto a mí: "No creo que se la vaya a aguantar el profe. No es de nosotros. No sé para qué mierda lo trajimos a él y al wacho". Ahí nomás, el piloto del Bora dijo: "Tranca, ñeri. Alan no va a decir nada y se la va a bancar. Pensá que no tiene antecedentes y, si pasa algo, sale al toque. Y el wachín es pillo. Somos nosotros, amigo. Dale, arranquemos que el ruso se nos va a la mierda". Con "el ruso", se referían a un comerciante judío al que pretendían secuestrar. Al principio de la investigación de la causa, se sospechó de un posible móvil antisemita, pero se descartó de lleno a las pocas horas. Los detenidos obraron por dinero, no por racismo o ideología alguna. 

  El auto paró en la intersección de las calles Paso y Sarmiento. Kevin y Brian bajaron y se fueron por esta última, mano al Centro. Habían estacionado en doble fila, dejaron el motor prendido. Al ver que tardaban un poco, me pasé al asiento de adelante y acomodé el coche cerca del cordón, como corresponde (vi que se fue uno y me mandé). Unos policías pasaron caminando rápido. Tuve miedo y, para no llamar la atención, realicé la maniobra que comenté anteriormente. Sin embargo, no me hallaba tranquilo. Le dije a Brandon que se fuera a su casa, que no me gustaba la situación. Yo pensé que querían negociar algo prohibido con el comerciante. Nunca imaginé un intento de secuestro. Le di mi tarjeta Sube al pibito y le indiqué dónde quedaba la parada del 115. Me obedeció sin dudar. Se ve que sabía a qué se dedicaban su tío y el amigo. 

  Caminé unos metros y vi que Kevin y Brian huían de la policía por la calle Sarmiento, en mi dirección. Corrían más rápido que Mbappé, el delantero de Francia. Yo me hice el tonto y caminé por Paso hasta Lavalle. Luego, encaré hacia el Centro. Me sentí mal al haber dejado en banda a los pibes, pero no tuve tiempo de pensar en ese momento. Meses después, al visitarlos en la cárcel, ellos me pedirían disculpas por haberme involucrado junto a un alumno en un intento de secuestro (un policía los vio a ambos en actitud sospechosa, dio la voz de alto y luego vino la corrida, junto a otros dos efectivos a pie que patrullaban la zona. En avenida Pueyrredón, ambos delincuentes fueron interceptados por un patrullero, cuyos cuatro agentes los esperaron armas en mano).

 Esa noche, caminé por Lavalle hasta El Bajo. Luego me fui hasta Retiro. Quise ir al parador de indigentes, pero era tarde. En la puerta del supermercado Coto, un hombre de vigilancia me reconoció: fue compañero mío en una empresa de limpieza, cuando yo cursaba mis primeras semanas en la universidad. "Alan, ¿estás bien? Se te ve agitado". Le dije que había quedado en la calle porque mi mujer me echó. Me propuso buscar un colchón en el fondo del depósito y dormir bajo techo. Acepté. "Te pido, sí, que me ayudes a escanear el colchón. Hay empleados que se llevan mercadería oculta". Lo pasamos por el sensor de la entrada y sonó la alarma. Había varias cosas adentro. No sabía de este ingenioso procedimiento. Luego de haber colaborado con mi excompa, me tiré ahí y dormí como nunca. Al día siguiente, decidí no regresar a mi trabajo. Tampoco volví a mi barrio. Estuve una semana así. Hasta que hablé con un abogado amigo, que me dijo que yo era una víctima, que no formaba parte de asociación ilícita alguna y que podía retomar mi vida normalmente. Me costó. Siete días pernocté en la calle y comí en las iglesias del Centro. Quedé mal desde lo psicológico. Para justificar las inasistencias, me pedí una licencia psiquiátrica. Gracias a Dios, y a los buenos oficios de un delegado sindical, no perdí mi puesto. Sí tuve la triste sorpresa de volver al aula y no encontrarme con Brandon: la policía lo había matado tras un intento de robo a un turista inglés en Palermo. 

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