San Cristóbal o partes periféricas de Balvanera. Tipo como la zona del Hospital Ramos Mejía. Calles de casas viejas, ventanas circulares, rejas; pensiones, kioscos, albergues transitorios, puestos de diario, panaderías y algunas plazas perdidas por ahí. No sé. Podría ser también la parte donde está el Hospital Francés, que creo que no existe más como tal sino que ahora pertenece all PAMI. Pero ustedes ya saben de qué hablo si son porteños o conocen esta ciudad hermosa que es Buenos Aires: me refiero a un barrio de los de antes. Clásico depósito de tanos viejos y gallegos que hacen las veces de camareros. Podrían llegar hasta el Hospital Español de la avenida Belgrano y quedarse un tiempo allí mirando sus paredes rojas. O podrían irse por la avenida Jujuy hasta el Sur y perderse en la niebla para siempre. Pero lo importante es que no lleguen nunca hasta la calle Moreno. Porque ahí ya nos estamos metiendo poco a poco en el Once y esa no es mi intención. Quiero quedarme en los lugares de antes, donde todavía hay ese no sé qué tradicional que tanto me gusta. Ah, una última cosa más: el día estaba nublado cuando pasó lo que les voy a contar. Sí, era una tarde nublada como esta; con chicos que querían escaparse de sí mismos para poder volar todavía más lejos en el tiempo. Algo precioso. Son los sueños de adolescencia y juventud, esos pecados que siempre serán perdonados por Dios porque no somos conscientes de nada ni de nadie...
Bien, yo venía por la vereda buscando un poco de sol, un poco de paz para mi alma complicada en mil infiernos. Agarré derechito como encarando esa esquina que podría salvarme de los otros. Quise casi correr hasta cruzar la calle, dejar todo atrás una vez más. Pero pasó que me encontré con un pibito de veinte llamado Brian. No sé si de verdad exista pero para mí es como un hermanito menor hecho de sueño e imágenes. Es medio trigueño. Aunque podría pasar como un chico blanco nieto de un tano del sur. Pelo negro, ojos marrones, boca chica y apretada y corte de pelo militar le daban la estampa de un "guacho del rioba". Nada nuevo. Llevaba puesta una campera negra con el escudito de River. Eso me gustó. Pero lo vi agitado. Vino a pedirme ayuda. Y estaba con uno más, un guachito de catorce o quince o dieciséis, sinceramente no sé. Estaban un poco cagados, casi con alguna lágrima con intención de asomar. Una situación caótica amenazaba mi amague de borrarme para siempre de la tibieza vespertina. Enredos de pasiones, cordones, trompadas y moscas extraviadas en el aire castigado por el humo de un Mercedes Benz 1114. Bueno, ahí nomás me contaron los guachines que cuatro o cinco gordos negros gigantes de Boca corrieron para cagarlos a palos desde la otra cuadra.
Y hasta llegaron a enchufarle algunos bifes los bosteros del orto. Perdón que relate así pero me enerva esto de las barrabravas y las peleas callejeras. Los muchachos no le estaban rompiendo las pelotas a nadie pero vinieron estos monos a
pulentiar. Atrevidos de mierda, están zarpados en giles estos gatos...
Antes de que me terminasen de contar hasta el final, llegaron los gordos gigantes de Boca. Eran cuatro y no eran negros. Más bien que había dos rubios pero sí eran gordos y corpulentos, verdaderas máquinas obesas de triturar gallinas. Estaban sacados por la cerveza, el vino y la merca. Sudaban a mares. Y no se encontraban agitados pese a su obesidad indisimulable. Eran maestros en meter bifes y trompadas asesinas. Tanitos bravos de allá de la Boca, Barracas, Avellaneda y Dock Sud. Machos severos y malos de Capital y el Conurbano, chacales fatales de los cuales Dios me libre y me guarde. No pude menos que arremeter furioso contra la humanidad de todos ellos. Sabía que habrían de cansarse con el correr de los minutos. Yo embestía, regresaba y volvía a embestir como si estuviera arriba de un caballo. No me dejaba agarrar. Esos brazos pesados podrían haberme quitado de la existencia. Eran lentos de piernas pero anchos de espaldas. Moles brutales. Medían más de 1,80 cm. Terribles grandotes de hombros y manos gruesas. Asco de transpiración y aliento etílico. Yo trataba de dar piñas certeras como estocadas puntuales y luego me escabullía entre esos mares de grasa y aguardaba otra oportunidad para volver a golpear. Así hasta que cayeron todos. Bueno, los que estaban conmigo me hicieron el aguante y repartieron rosca a diestra y siniestra. A mansalva, nunca mejor dicho. Son esos momentos en los cuales uno se enceguece de adrenalina y es capaz de darle cabezazos a los puños ajenos. Es la estupidez japonesa de avanzar contra viento y marea aún sabiendo que un yanqui te está prendiendo fuego la casa y se está cogiendo a tu mujer.
Por esas cosas de la vida, terminamos siendo nosotros los perseguidores: los gordos se fueron corriendo adentro de una dependencia del Estado. Era la mezcla de los hospitales Francés y Ramos Mejía más el PAMI, la Iglesia Católica, la asistencia social del Gobierno de la Ciudad y todo lo que existe y es público. Todo en el Estado. El Fascismo siempre va a reinar sobre los hombres y esa idea me seduce. El sistema es perfecto. Pero está mal aplicado y manejado por manos siniestras. Pero la posta es que en ese sitio había salud, educación, seguridad y cárceles; bomberos, policías, maestras y todo, todo lo que hace a la vida del país. Paraíso de burócratas y de acomodados por la política. Nosotros ingresamos dándole golpazos sangrientos a nuestros otrora victimarios. Cambio de roles. Los alcanzamos cuando pretendían burlarnos a través de algún muro interno o un recoveco descocido para nos. Gritos, agitación y paranoia se apoderaban de las masas menesterosas que estaban allí a la espera de una vacante en un jardín de infantes o de una cama en internación o de algún subsidio por desempleo. Así es el régimen moderno y estatista. Todo en todo. Totalidad absoluta.
El Estado es la imagen imperfecta de Dios sobre la Tierra. El problema es que de esa realidad de anarquistas, desocupados, nocturnos, soñadores, poetas, filósofos frustrados y sexópatas puede emerger una marea de camisas negras, de inadaptados sociales que devienen en dictadores de sueños, mentes y dementes. Es como ese Mussolini que alguna vez negó a Dios pero que luego fue más papista que el Papa. De ese fondo de miseria y podredumbre surgen las peores tiranías de la inteligencia humana. Sean de derecha o izquierda o estén por fuera de lo conocido y se presenten como Tercera Posición, tiranías son que conspiran contra la más profundo e indecible que tenemos en el pecho. Todos somos hijos de Abraham, somos todos judíos perdidos en el medio del desierto, de la duda y el frío del atardecer, donde comienzan verdaderamente nuestros días. Ojalá pudiéramos amarnos alguna vez en los otros, en nosotros y en todos y perdonarnos por ser tan pecadores. Somos malos y por eso nos emborrachamos de mujeres hermosas, porque queremos sentirnos vivos a pesar de que nuestro sentido moral haya muerto hace tres siglos.
En esa historia de la anarquía, la Segunda Guerra Mundial y las esperas eternas, entramos repentinamente en el despacho de una funcionaria que administraba todo ese cementerio para los vivos. Bah, no entramos sino que nos hicieron entrar a los puñetazos y empujones. Unos policías de ojos pardos y tez trigueña nos echaron ahí a los tumbos. Nosotros tres nos vimos frente a frente con una señora preciosa: rubio platinado, ojos celestes desteñidos y buenas tetas componían el todo de esa veterana perfecta. Llevaba atrás una linda colita del tipo manjar para comer toda la noche y unas piernas marcadas para cabalgar y dar la vuelta al mundo mil veces y mil más. ¡Belleza! ¡Y qué perfume! Ya sentir ese aroma podía hacer eyacular hasta al varón más santo y puro. Locura de dioses, santos y pecadores, Reina de los soberbios y los idiotas. Ahí nomás comenzó a sermonearnos por haber fajado a esos gorditos estúpidos, que quedaron tirados en el piso y luego fueron internados con heridas graves. Nosotros dijimos que actuamos en legitima defensa pero era difícil que nos creyera al constatar el daño que hicimos en esos colosos boquenses. Más bien que los barrabravas parecíamos nosotros porque llegamos exaltados y eufóricos como locos malos: gritábamos, golpeábamos e insultábamos a todo el mundo. La madura sensual nos pidió que nos echáramos en el piso boca abajo. Quedamos con el pecho pegados a la alfombra roja. Veíamos las calzas negras de cuero de ella y sus elegantes tacos altos de madera, tachas y detalles en negro con hebillas plateadas y círculos dorados. Parecía una sesión de sadomasoquismo a punto de comenzar. La tipa se dio cuenta de que nos reíamos y que estábamos sexualmente excitados. Entonces nos acusó de machistas, sexistas, vulgares, irrespetuosos, discriminadores, trogloditas, fascistas y todo lo que dicen los progres cuando se sacan de sus casillas, lo que sucede muy a menudo. Un caos de palabras y amenazas en plena erupción. Luego nos dijo que nos iba a registrar en un libro interno de la dependencia pero que no quedaríamos con antecedentes penales por los incidentes. Solo tendríamos que hacer trabajos comunitarios y mantener la conducta en la calle. Después comenzó a hablarnos maternalmente y con mucho respeto y hasta con amor. Fue algo muy loco. Una copada la viejita pese a sus rayes izquierdistas y feministas. En fin. Nos fuimos por la puerta grande de ahí y no pudimos olvidarnos nunca más de la loca de María José Lubertino...