Anoche soñé que me recibía de economista e iba por mi primer trabajo como tal. Parecía un muñequito de torta: traje, afeitado, pelo corto. Mi oficina quedaba en el Edificio Milton Friedman, sobre avenida Corrientes, a la altura de Alem (dicho edificio no existe, pero así me apareció en el sueño). Lo gracioso es lo que tenía que hacer en la empresa, que también lleva el nombre del Gigante de Chicago: nada. Una mujer rubia, alta, de ojos verdes, toda vestida de negro y de tacos, hermosa cuarentona, me dijo: "Calladito te ves más bonito. Vos sos la imagen de la compañía. Nos gusta tu sonrisa, tu cara. Vos danos tu presencia nada más". No me sentí cosificado ni reducido en mi inteligencia. Al contrario: vi mérito en mí por llegar a laburar para la gente de la consultora Milton Friedman. Y me pagaban bien, obvio.
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