Te intento nombrar, pero no puedo hacerlo. Mismo juego de hace años. Ya te dije que te inventé excusa de escritura, te reinventé con cuerpo inmortal de letras. Vos, que juzgaste mi hacer intelectual en un momento, hoy ves con agrado cómo te retengo entre párrafos celosos y agresivos del olvido. Y no, no te solté porque nunca te tuve. No existe posesión sobre las personas. La libertad, o la deriva, funcionan como totalidad. Uno cuenta nomás con su cuento, su cháchara malograda, la épica narcisista de no admitir el fracaso inconducente (¿de dónde salió la última palabreja?).
Te cuento junto al te. Te veo como la mujer del café fallido que se volvió destino cumplido, sueñito de colores y ausencia mil exagerada. Vos me ves desde lejos, desde el revés. Yo, tan acá y vos, ciudadana del no lugar y de las vidas que importan.
Ausencia mil exagerada.
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