No soy un tipo oscuro: soy un ser tan luminoso que dejo ciego por el resplandor a aquellos que me miran, los que luego dicen que soy la encarnación de la oscuridad por estar ellos en penumbras. Soy una luz violenta, fuerte, brillante. Que sus hijos no hayan sido creados para verme de frente no justifica la injusta acusación que me hacen de ser un hombre tenebroso.
Recuerdo cuando me dijiste que soy "vuelteramente directo". Elogio increíble. La incomprensión es un cerco que se cierne sobre mí pero no porque yo sea de un estilo dificultoso a las mentes simples de este siglo, todo lo contrario: soy la austeridad personificada, la claridad pura, el camino directo al sol, sin escalas. Alguno dirá que "no tengo filtro". Me defiendo con una frase que un idiota dijo hace poco: "Todo no se puede". Y, no. Creo que no. Vamos con el clásico "se hace lo que se puede".
¿Y ahora qué? Nada. No pasa nada. Siento el sabor de la resignación, ese gusto de nada tener en la boca, de saborear esa espera que es la consumación y el consumo que uno hace de sí mismo. Me agoto en palpitaciones y ansiedades varias; bajo y subo escaleras pero sigo siempre en el mismo piso, con ese dejo de descenso parado. Veo los silencios que se abren alrededor: las posibilidades infinitas de poner algo de mí en un mundo que se hace ruinas para que yo pueda edificar en él. Me ahogo en la dureza del lecho y alucino mejores noches, madrugadas más seguras, con las certezas que en vano he perseguido a lo largo de estos años.
Hay mucho de frialdad en el aire, de sequedad en los labios, enredo de silencios incómodos y miradas que jamás serán devueltas. Esta cosa vaga y casi imposible de explicar que es quedar una y otra vez en el aire, con el culo hacia el cielo lluvioso y la frente clavada en el barro. Me refiero al arte de cocinarse en frío, de que la piel quede roja por el castigo ultrajante del viento sin pudor que, con gran atrevimiento, mira, toca, penetra y desgarra. La humillación encarnada en la acción de un elemento impío. ¿Por qué la naturaleza habría de apiadarse de un solo hombre? ¿No sería rendirle tributo a un pedazo de barro el que las fuerzas del día se muestren benignas con un solo individuo cuando lo demás es fuego de hielo que carcome las entrañas secretas de la tierra? Los árboles guardan nieve en su corazón por más que por fuera se muestren pardos, duros y altivos como peones indoblegables de esa mentira que es "la cultura del trabajo", porque el trabajo minga que dignifica sino que "negrifica". Por lo menos en los términos en los que se lo plantea actualmente: salarios de pan y agua, jornadas eternas y la risa mentirosa de un patrón que goza al revolcarse con la que podría haber sido tu mujer (la realidad es tan cruel en este tiempo siniestro que las chicas te son infieles aún antes de haberte conocido porque, de alguna manera, siempre eligen a otros antes de elegirte a vos: sos un perdedor). ¡Oh, Dios! ¿Dónde ha quedado la redención? ¿Será que la Salvación se compra con tarjeta de crédito, doce cuotas sin interés? ¿La envían a domicilio?
"I need redemption, profeta", eso dijiste cuando te hablé de mi don de clarividencia. Pocos me creen cuando lo digo. Muchos se arrepienten de no haberme hecho caso cuando ya es tarde, muy tarde; cuando el despertador no suena y todo marca un día perdido, una jornada de preguntas existenciales en una casa vacía, en un marco de ociosidad y claudicaciones varias y vanas. Ahora bien, esto de que soy clarividente funciona así: yo inventé la "Clarividencia científica, inductiva y deductiva". La cosa es la siguiente: veo a las personas que me rodean, y más veo a las que quiero que me rodeen, observo sus conductas, trazo un patrón de las mismas y comparo con otros expedientes que guardo en mi memoria maquinal. Sé más o menos qué va a hacer cada uno. No falla jamás. "Pero puede fallar". El margen de error es muy estrecho. El trabajo es inductivo porque es comparativo: veo psicologías similares y advierto la suerte que le podrá acontecer a cada cual. La salvedad metodológica mía es que admito la intervención de Dios. Puede ocurrir: una personita débil, destinada al eterno entorno del siempre lo mismo, puede tomar fuerzas celestiales y emprender una aventura sin igual. Aunque son raras estas maravillosas excepciones. El inconveniente es que, tratándose de mí, pierdo completamente la objetividad: me niego a ver el futuro que me es inherente por mi forma de ser. En concreto, es casi imposible que una chica que medianamente me guste se enamore de mí. Estoy destinado a estar solo. Por mucho que intente cambiar la personalidad y por mucho que me esmere en complacer a las damas, soy un rey en la penosa situación del jaque mate. Siempre es igual. Muchas veces me rebelo contra esta nefasta voluntad de las fuerzas conjugadas del universo pero los fracasos reiterados me ponen en mi lugar: puedo alcanzar todo lo que quiera en algún momento pero nunca habré de llegar a seducir a alguna señorita que me apetezca.
Las fuerzas cojudas del universo no están de mi lado ni del lado de alguien que se digne a prestarme su gracias cósmica. Hay tropiezos, siglos de malicia y la suerte desencadenada sobre mis brazos tatuados de sed y sol. Es triste pero siento a menudo que en esta vida he venido a dormir el sueño de los justos por anticipado. Hablar solo no me convence: dicen que eso hacen los locos. Callo. Y escucho el murmullo de un viento que viene sin palabras. Porque todo es lejanía, dolor e incertidumbre; todo es contemplar el mundo y reírse de tener las bolas de cristal, por más que no te jueguen a favor. Los destinos vanos y muertos pasan ante mí adentro de sus ataúdes de madera oscura mientras que una lágrima viva enciende las velas de los que todavía esperan. Estoy tan decepcionado que no hallo las energías suficientes para escribir un poco más...
No hay comentarios:
Publicar un comentario