Cada día siento más la idea terrible de que escribo para librarme de la soledad. Peor todavía: pienso que estoy condenado a estar solo porque un dios muy duro me quiere como escriba de lamentos y locuras. Ya lo dije muchas veces: me está vedado alcanzar la Musa...
En verdad, no quiero escribir más. Intento evitarlo. O intento intentarlo. No sé bien. Creo que si tuviera éxito con las mujeres, o al menos con una mujer, no dedicaría tanto párrafo a este tema, el que más me apasiona. Las relaciones entre los sexos son preexistentes a todo lo conocido y, seguramente, habrán de sobrevivir a mucho de lo que hoy creemos inalterable. Por mucha ingeniería social que quieran hacer con los millennials, a los cuales adoctrinan para que pasen sus vidas arriba de un monopatín o una patineta, primará el instinto de la especie por reproducirse. Esto más resabios tradicionales que la cultura oficial hoy busca desterrar por "retrógrados". Además de lo biológico y lo que nos fue dado por el medio social, estimo que existe un algo más, un poco de Dios en cada uno. Cada generación recrea el mundo a su manera y así prosigue el transcurrir de los siglos.
Busco mi verdad individual en el amor. No niego la influencia de teorías o doctrinas. Pero ceder a la ideología MGTOW, por ejemplo, anula toda posibilidad de que ocurra un milagro (dirán que busco unicornios y que soy adicto a la pastilla azul). Ciertamente, Tinder y Happn arruinaron todo lo que supuestamente venían a mejorar. Esto lo digo por ponerle nombre a las cosas. Desde ya que hay un más allá de las redes, aunque me cueste encontrarlo. Busco a la persona. O la espero con ansiedad. O no sé, tal vez maldiga a la que nunca llegará. Tengo momentos de crisis muy fuertes.
No quiero escribir más...
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