Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

jueves, 28 de diciembre de 2017

Sueños locos CXIII (Ciudades marginales)




  Estuve toda la noche con un amigo. Compartimos un maratón de drogas y prostitutas en una ciudad grande. No sé por qué, pero hablábamos todo en inglés. Realmente, no tengo una conversación fluida en otra lengua que no sea la mía. Pero el alcohol tal vez me desinhiba e inspire. Sinceramente, no sabía si estaba en Buenos Aires o en New York City. Veía luces por todos lados y se escuchaba música de Lady Gaga, Ricky Martin, Madonna, Shakira y otras bestias del pop internacional. Para el caso, todo era más o menos igual. ¿Eso se llama globalización? Me ahorro juicios de valor al respecto. Cada cual tiene sus pensamientos. Sí confieso que los años, la madurez, me hizo volverme más burgués, más cosmopolita, más otro, menos yo (si alguna vez existió algo semejante a un "yo nacional" en mí, sujeto llamado Alan, nombre no muy criollo que digamos).

  Drogas, sí. Muchas drogas. No voy a entrar en detalles, no sea cosa que me investiguen, o que me crean dealer. Fue una noche nomás. Cocaína y marihuana. Hemos compartido las sustancias con mujeres, con muchas mujeres. Creo haberme acostado con cuatro chicas en muy pocas horas. Si no pago, no hallo refugio vaginal. Las feministas que están por la abolición de la prostitución me odiarán, ¿pero qué puedo hacer al respecto? ¿Aguantarme las ganas? ¡Vamos! ¡Eso es religión 2.0! 

  Mi amigo, que no voy a nombrar por su seguridad, me dejó en auto al costado de las vías del tren. Lejos, muy lejos quedaron las luces de la ciudad central. Tuvimos que viajar casi una hora para llegar a ese suburbio oscuro. Ya no se escuchaba el ladrido de Shakira ni el de Justin Bieber; ahora había perros de verdad, con hambre y ganas, pero no de dinero, como los talentos que suenan y sueñan en la radio.

 Obvio que no sabía dónde estaba. El amigo de la fiesta me despidió con sonrisa malévola y se fue a toda velocidad por la avenida que corta las vías del tren. Quedé solo, en medio de la noche y la nada. Relato trillado, sí, pero es lo que me pasó. ¿O tengo que decir algo distinto para ser original? No voy a inventar exotismos ni empatizar con un ambiente que me hizo sentir en peligro en todo momento.

  Hacía frío. Cada vez que exhalaba, salía vapor. Me convertí en una locomotora humana. Tenía guantes y un buen abrigo. Pero hacía frío. Mucho frío. Pasó un camión a mi lado. Tocó bocina fuerte como flatulencia de Satán. Me asusté. Todo me asustaba esa noche, en ese lugar. El camión era americano: grande, con dos caños de escape a los costados, cabina trasera para dormir, marca desconocida en la Argentina. Sí, volví a creer que deambulaba en los suburbios de Nueva York o de alguna ciudad grande de los Estados Unidos. En esa zona, no había carteles con el nombre de las calles. Tampoco se veían comercios que digan, por ejemplo, "Casa de comidas Juancito". De todas formas, ¿no existe en Norteamérica una gran comunidad latina? Todo se prestaba a confusión. Lo peor es que la noche cerrada no dejaba ver mucho más allá de donde vagaba. El alumbrado público era escaso, quizás un foco de luz por cuadra. Por lo menos no oía gente alrededor. 

  El silencio de la noche fue arrollado por el paso de un tren celeste con letras blancas: "Ferrocarril Belgrano Sur", decía la locomotora. Me había vuelto la conciencia: ya no estaba en los Estados Unidos. Recordé que mi gira de mujeres y drogas comenzó al bajar del avión, en el Aeropuerto de Ezeiza. Además, por el temor a las leyes que existen en el Norte, me abstuve de cometer cualquier acto que pueda ser considerado inmoral en la cultura protestante. ¡Cierto que yo había vuelto al país a hacer todo lo que no podía allá!

  No quise cruzar las vías y ver qué había del otro lado. Preferí tomar la contraria y adentrarme en lo que creía el sur. Sentía que debía ir un poco sur y mucho este, mucho este. Aunque, la verdad sea dicha, me hice a la idea de que "todos los caminos conducen a Roma". Dentro de una ciudad, o de los suburbios de la misma, siempre se puede llegar a buen puerto, ¿no? ¿O existe la posibilidad de terminar en el medio del campo si uno está en las afueras? Peor sería quedar perdido en medio de la Patagonia o de algún desierto en Nuevo México.

  Tomé una calle a mi izquierda. Hice trescientos metros a pie, a paso no muy rápido, pero tampoco lento. Llegué hasta la pared de una casa. Otra vez tomé la izquierda y seguí por un pasaje peatonal cercado por casitas bajas cuyas paredes no llevaban revoque: se veían los ladrillos y sentía con mis dedos las ranuras de los mismos. Los techos de chapa, con una leve inclinación hacia el suelo, casi que me tocaban la cabeza al caminar. Se ve que la gente de la zona no es muy alta, ¿no? O tal vez se agachen dentro de sus viviendas. Todos estos pensamientos absurdos trataba yo de acrecentar para que no me asalte una y otra vez el temor de ser asaltado. 

  Llegué a una encrucijada de pasillos. Esta vez, tomé a la derecha. Vi a cuatro mujeres de tez trigueña con poca ropa en la puerta de una casa. Me hicieron comentarios sexuales, tal vez eran prostitutas. Pero yo no quería volver otra vez a caer en desgracia por una noche de juerga. Seguí caminando. Solamente sonreí y saludé para no ser descortés. 

  Sentía el barro pegarse en mis zapatos. Al costado del sendero, algo de pasto, pasto no muy alto. Temía que se me aparezca una rata rabiosa en la noche y que me muerda un tobillo. Los ruidos se hacían fuertes: ladridos, chillidos, llantos, disparos, risas, gemidos, golpes, aplausos. 

  Otra vez salí a las vías del tren. Tuve la suerte de llegar a una estación y ver, de milagro, un mapa: estaba yendo en la dirección correcta. Si conseguía caminar dos horas a buena velocidad, conseguiría ingresar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la civilización. 

2 comentarios:

  1. En conclusión sos un cagón de aquellos... Mucho suburbio de Nueva York pero se te frunce ante el más mínimo contacto con el conurbano bonaerense profundo. Sos un salame que ni para racista das.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es ficción, boludo. Vivo en Lugano y trabajo en el Konurmalo. Cagón sos vos. Te desafío a una pelea a muerte.

      Eliminar