Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

sábado, 2 de enero de 2016

Otras



 A todos nos pierde algo. El problema es que a algunos nada los recupera. Es el tiempo ese de la desesperación, el alivio, el dolor y el mar constante y sonante. El deambular de muertos no se detiene nunca. La imagen queda en blanco y se pasa unos segundos sin respirar. La vida arde fuerte y por eso hay que cortarla un poco para tomarla mejor. Del cerebro baja una parte de la fuerza y todo lo que queda es una confusión momentánea con ganas de dormir. El discurso no se planea. Lo único que planean son avioncitos de papel que intentan comerse a los pajaritos hechos de barro por algún hombre-dios de Oriente. Es aquí que se ve cómo las perlas se acumulan hasta tapar todos los cuellos culpables de rebeldía y soberbia.

  El faro sigue en pie, arrojando luz a las afueras del alba, donde todavía es oscuro. La obra siniestra del hombre asoma con desdén por el aire y los alrededores. La obra soberbia del hombre menosprecia observadores circunstanciales y se muestra grande en su pequeñez e insignificancia. La angustia es la causa del éxtasis colectivo. El ser humano no se cura casi nunca de esa incógnita que le roe el pecho. Si pudiera vivir sin esa duda, de seguro que el amanecer se le haría una flor hecha tatuaje en la piel más invisible. Pero la verdad no se sabe, no se pone, no se nada. Por eso se agita la fatiga como un fantasma que parece terminar en la incertidumbre.

  El mar emerge por los poros y ahoga los días de las vidas pasadas, vidas pasadas y pasadoras, vidas que ven más allá de la muerte y que se alimentan de ese gusano que traga todas las conciencias, mismo gusano que hace paños brillantes de las podredumbres dejadas al viento. No importa cómo. Un aire de quemazón invade las manos de los esclavos y corta los suplicios de los pequeños obreros adictos a las minas, al pico y a la pala. El cuadrado golpea fuerte con esa agitación terrible de caderas y cadenas, de cortes, cinturas, avenidas y ráfagas filtradas de sol loco y embravecido. En este todo revuelto se arremolinan todos los pensamientos y se desintegran entre sí para dar lugar a los estadios de la presión baja, a las canchas saladas de las cabezas decadentes y caídas, cabezas que perdieron su cuerpo en una de tantas muertes buscadas a diario.

  Los ojos dejan de ver colores un instante para contemplar con desesperación la luz de la ceguera, el aroma ardiente de una garganta que arde en sed y penas siempre, siempre penas. Porque no hay árbol que dé sombra ahí donde todo es artificio y el óxido pared. Las chispas llueven para quemar las ciudades y dejar sin aire a los pordioseros, a los pordemocracieros, a los porjusticieros, a los porpazeros, a los porelmedioambienteros. Nada, nada. No exijan nada. Sufran todo lo que tengan que sufrir para vivir y ser cada vez más fuertes. Porque podrá llegar el día en que su cuerpo esté tirado en un balde pero aún les quedará un resto de alma para decir que son sobrevivientes y que la pueden contar y que todos los que los escuchan deben someterse al mismo régimen en pos de perfeccionarse como seres humanos. Y ahí nomás, dichas esas bravatas impertinentes, quedarán en silencio para siempre, para que alguien arroje su sangre por el inodoro y dé su carne a los perros, que en balde aguardan a que llegue un verdadero plato de alimento, no un par de huesos llenos de maldición ancestral y contaminación mediática. 

  Es evidente que hay un problema cuando hay que buscar recursos en viajes a interiores que devienen encierro mental. El itinerario es siempre el mismo: abrir un agujero en la tierra, explorar las cavernas, ver lo poco que se puede ver, olvidar la luz del cielo, enterrarse cada vez más en esa realidad subterránea, hartarse de la misión, volver a la superficie, sorprenderse de la fuerza de la vida y luego, ante el cadáver del tiempo perdido, lamentarse por lo que pudo haber sido. Y así muchas veces, hasta que un día la maldición se rompe y todo cambia, todo cambia. Y cambia de verdad, con hechos, no con declaraciones vanas de aquellos que quieren que todo siga igual y, en lo posible, cada vez peor, cada vez más en lo malo y menos en lo bueno.

  Lo grande del sentimiento lleva a experimentar. Y el experimento hecho rutina deja de ser experimento. Ahí es cuando se vivencia la bendición de haber tomado un camino diferente, un camino que lleva a lugares nunca antes imaginados, lugares donde reina, justamente, la imaginación y la fuerza de todo lo que no es eso que vemos y padecemos por imperio de lo común. Porque todo eso que anhelamos en algún lado está, por más que digan que no existe, que nada existe, y que siempre hay que atarse a lo que se ve, a lo que es, y al hambre que llevamos por herencia. Nadie vino a este mundo a morir, por más que nos toque morir millones de veces ante la mirada de las cámaras de todas las naciones. No nacimos para morir. Nacemos para vivir, vivimos para ser eternos, somos eternos para ver el rostro inigualable de Dios.

  Marea ver mares de vidas contenidas en instantes diferentes. El estancamiento es notable. Cuesta describir ese concierto de motivaciones varias, ese desconcierto de los que miran de afuera, los que gritan adentro, los que mueren atrás, los que escupen adelante, los que denuncian al costado, los que blasfeman allá, los que difaman por acá, los que "indiferentean" por doquier. Todo cuesta, todo cuesta arriba, todo cuesta abajo, todo cuesta en todos lados. ¿Cuál es el precio que hay que pagar o estafar? ¿Cuál es el precio por cual se ha de perder la vida, la libertad o la paz de poder permanecer en un lugar cualquiera sin ser molestado?

  Y finalmente, nada. Nada. No podía ser de otra manera, este es un texto raro, no un texto "común", si eso existe. Y es para que lo lean pocos, para que quede ahí como manifestación de ausencias, de carencias o, dicho de otra manera, de anhelos que se multiplican más y más ante la imposibilidad de realizarse ciertos planes, ante la imposibilidad de que ciertas moradas de la mente devengan en acontecimientos de belleza, calma y dicha.

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