Era un tren, era un micro, era un furgón y un coche comedor que recorría las calles de Villa Infierno. Chorizo a la pomarola era el plato de la noche. Los vagos, los obreros locos y malos de la UOCRA, comieron hasta saciarse. Yo también. Todos vestían uniformes marca Ombú de color gris azulado. Llevaban borcegos negros y usaban el pelo bien corto, perfectamente afeitados todos ellos. Solamente tenían olor a vino barato pero eso es costumbre socialmente aceptada. En verdad, ahora que lo pienso bien, el vehículo era la forma de movilizarse de toda la cuadrilla, un transporte bien proletario. Pero el esmero de algunos le dio ese aire casi burgués. De ahí que escribí "coche comedor". Estoy muy nervioso. Me cuesta recordar los acontecimientos de esas horas de sangre. Se me mezcla todo.
Bien, yo había comido tres platos bien llenos de chorizo a la pomarola con pure. Estaba que no daba más. Fui al baño y volví casi arrastrando los pies. Una panzada de infierno, de Villa Infierno, una comida dantesca. Todo muy lindo. Soñaba con meterme en el sobre y viajar como una carta en el correo de los sueños. Pero en mi marcha a la falsa muerte cotidiana un pie me hizo tropezar: un paraguayo loco, malo y trompeador me puso la traba para que caiga y sea la burla de todos mis compañeros. Yo tomé ese empleo por necesidad. Ninguno sabía que soy estudiante de Letras. Si hubiera dicho eso, me habrían violado por "cheto".
- ¿Por qué me pusiste la traba? -
- ¡Yo no fui! ¿Estás loco? ¿Qué te pasa, boludo?-
- ¿Qué te pasa a vos, pedazo de negro hijo de puta?
Me llené de odio. Mi miedo se disipó: a priori, un paraguayo o boliviano de la construcción es un hombre de temer, un tipo que levanta bolsas de cincuenta kilos, que se caga a trompadas en los actos políticos, que juega a la pelota todos los domingos; un tipo que toma vino, cocaína y que come asado todos los días. Ese combo fatal de proteínas, cumbia, ritmo y sustancia puede hacer de cualquier flaquito de tierra adentro un Increíble Hulk. Además, el albañil llega todas las noches a su casa y se coge a su mujer, coge en pose de misionero, a lo macho. Nada de que se echa boca arriba a mirar el techo mientras la mina hace todo el laburo. No, estos llegan, tiran a la jermu en la cama, y le echan dos o tres fierrazos nocturnos bien echados. Y a la mañana, el infaltable mañanero, como no podía ser de otra manera. O los infaltables mañaneros, porque son sementales imparables. Los días de franco, los domingos y feriados, los polvazos se multiplican, se disparan como perdigones policiales que llueven en las madrugadas calientes de Villa Infierno.
Bien. Me envalentoné, era una furia enceguecida. Fui corriendo esos pocos metros que me separaban del tipo allí sentado y lo embestí como si fuera un rival en el rugby. Atinó a tirarme un par de trompazos de muerte desde su silla pero yo era un bicho bolita rodante impermeable a cualquier golpe. Los brazos me servían de sombrero. Una vez que lo tuve frente a frente, cara a cara, le di una lluvia de golpazos infernales, cortitos duros y parejos de knoc out. Pero el chabón estaba tan merqueado que se paró de su asiento y comenzó a tirarme mandobles cruzados. Pero el loco abrió demasiado su defensa, defensa inexistente, pues toda su cara sangrada estaba al descubierto. Yo me cubrí los oídos para no recibir esas zumbadoras que te dejan de culo. Es verdad que me tiró algunas en la sien que me dejaron pensando en nada pero yo le devolví la gentileza con rectas estocadas al mentón, la boca, la nariz, la frente y los ojos. En un momento de epifanía, caí en la cuenta de que el arrabalero este, este damajuanodependiente, tiene el hígado quemado de tanto vino hecho con alcohol de quemar. Me agazapé como una serpiente a punto de picar y me colé entre sus dos brazos colgados en el aire, tenía todo su frente a mi disposición. Lo trabajé bien fuerte con piñas a repetición en el abdomen y con mi cabeza presionando su pecho flácido y grasoso. Decidí castigar su zona hepática a la espera del colapso que, de hecho, se dio al instante: sus ojos se abrieron y pego un grito seco que fue lo último que pudo hacer. El cincuentón legendario cayó con la nuca contra la pared del vehículo. Murió.
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