Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

domingo, 24 de enero de 2016

Sueños locos LVI (Amalia Granata y Matías Alé)

 


Todavía no se había ido el sol. Algunos rayitos iluminaban la tarde que pronto sería una noche apacible del verano. Más de lo mismo. O eso pensaba yo en mi andar por la insolvencia crónica. Por mucho que las mujeres digan que miran el interior y que lo de afuera no importa, por mucho que las mujeres desmientan el "billetera mata galán", todos sabemos que poderoso caballero es Don Dinero. Ellas buscan billetes y nada más. Sí, de vez en cuando pueden desear sexo pero no es algo que les quite el sueño. Si su placer está en el clítoris, ¿por qué habrían de querer que un nabo las cabalgue durante horas? No tiene mucho sentido. Claro que no. Hay que ser muy racionales con este asunto. Las tipitas se muestran interesadas para que los varones vayan directo al matadero de su libertad. Y así van los bobos a pagar placeres venales, revientes de la carne. Es esa sensación de liberación que tanto esclaviza: las venas del pene que se hinchan hasta el infinito y los testículos que vomitan semen para no quemarse y colapsar el propio cuerpo. ¡Oh, qué cosa! Los más corren por esa animalidad. ¿No lo pensaron nunca? El absurdo de verse reflejado en un espejo que envuelve el sinsentido de uno en un abrazo frío, desprovisto de toda caricia o mirada a los ojos. Es una coreografía muchas veces ensayadas por arpías y embaucados de todas las razas. Lo patético se cae en el sudor maldito que recorre la frente y que luego salta al cuello y al abdomen, como esa leche derramada que nadie llora, excepto algún mezquino dios judío que quiere hasta la última gota de su creación para seguir expandiendo el linaje de Adán sobre la Tierra. Onanismo compartido. 

  Caminaba idiota por la tarde de olvido y sinrazón, por la calle del fracaso y la anonimia; todo bajo la escucha atenta de un silencio cómplice de malos pensamientos y envidias vanas, resentimientos varios. Porque resentir es sentir dos veces. Y yo sentía más de una vez el verme excluido del mercado de la seducción, de esa gran bolsa de comercio sexual que es la cama. Mis acciones, siempre a la baja. Houellebecq estaba allí. Igual, yo pensaba así antes de haberlo leído. Sépanlo. Yo lo leí a fines del 2014. Y mis textos son de larga data. Se sabe que escribo para no salir a robar, para no ser un marginal que justifique a los zurditos que a su vez justifican a los ladrones: "Pobrecito, sale a robar porque no tiene plata, porque el Sistema lo excluyó". Ah, muy bien. Y yo, que no sé si podré comprar Sumisión. ¡Horror, horror de no tener! ¡Ser pobre, ser pobre! ¿Qué se siente? No sé. Tengo hambre. No puedo pensar. Sólo lamentar. Soy un peligro para la sociedad, un psicópata, un enfermo, un loco, un criminal en potencia, un revanchista, un reaccionario, un clasista, un aparato, un nabo, un perejil y toda la ensalada de conceptos que se resumen en "los comunistas nazis" que ven los burgueses por todas partes. ¡Obsesión!

  Sí, yo caminaba un barrio de la burguesía porteña sin tener una tarjeta de crédito en el bolsillo. Tampoco contaba con efectivo. Solamente llevaba encima la SUBE para viajar en colectivo. Recuerdo que en las horas de sol sentía antojos de comer un helado o tomarme una gaseosa en un bar. No podía. Era pobre (y lo sigo siendo). En casa había comido un plato de arroz con un huevo frito. Y me sentí dichoso por eso, ¡qué loco yo! ¡Con poco se conforma el humilde! Así y todo, con esta austeridad franciscana que me fue impuesta por la religión de la vida, religión de la que no se puede apostatar so pena de caer en ese pecado mortal que es el suicidio, yo padecí al pasar por una pizzería. Un olor exquisito me hizo crujir el estómago. Una de jamón y morrones hubiera estado bien. Pero no tenía. Nunca tenía un peso. Y sí, los macristas te mandan a trabajar pero jamás te dan un trabajo. Ellos te dicen "métete en CompuTrabajo o en ZonaJobs. Seguro que te van a llamar de algún lado". Y no llaman. No llaman. ¡No llaman! ¡NO LLAMAN! O te llaman para lavar platos por un sueldo miserable. Te explotan muchas horas y te tratan mal para que te canses y no vayas más. "En la Argentina no trabaja el que no quiere. Laburo hay. Pasa que hay que tener ganas de progresar. Se empieza de abajo". Sí, se empieza de abajo y se sigue ahí siempre. A menos que te conviertas en buchón de la empresa y entregues compañeros a la dictadura de los gerentes, raza maligna, puta y amarga si las hay. ¡Malditos sean todos los gerentes y sus esposas! 

  Barrio de casas bajas cortado por algunos edificios bien paquetes. Chetos y chetas a cagarse. Veía ante mí a las mujeres más lindas de la Argentina. Sensuales, limpitas, perfumadas, bien vestidas, elegantes. Se las notaba radiantes, maquilladas con glamour, desesperadas de éxitos. Todas con los cabellos lavados y la piel cuidada. Ninguna desdentada. Los tipos también estaban bien. No todos, porque había unos cuantos vejetes ladrones de cunas. Pero los chicos pintaban de la mejor manera: buena pilcha, auto, fachita, sonrisa americana y cero preocupaciones. Muchas cabezas rubias alrededor. Un jardín en cada esquina. No había ningún bar sino un "restó" a cada paso. After office. Y yo, que nunca laburé en una oficina. Yo, el pibe de barrio que despachó nafta, limpió pisos y refregó retretes, miraba angustiado lo que nunca voy a tener: la magia de salir de casa y encontrarme con una beldad que me espera para un paseo en coche. Los jóvenes estallaban las veredas. Todos y todas se encontraban para el delirio hormonal, para embriagarse en el licor profundo de las venas, en los tragos experimentales de la lujuria más sofisticada, lujuria de aura importada y cuerpo de exportación. ¡Oh, el ardor de lo que veo y no toco!, exclamaba yo en mi interior pero con una serie de imágenes burdas: me impactaban las polleras apretadas y cortas contra las piernas bronceadas y las nalgas explosivas; me deslumbraba con las tangas marcadas y los corpiños rebosantes de pechugas jugosas, pechugas celestiales. Imaginaba qué fácil sería penetrar a esas chicas arriba de una de las mesitas de esos lugares que te cobran medio sueldo por comer una lechuga frita en manteca. Con solo levantar el manto de piedad, podía meterme de lleno en los templos subterráneos de esas diosas ardientes de misterios y sensaciones.

  Harto. Estaba harto de ver y no poder tocar. Yo fui criado con el "se mira y no se toca" que se le dice a los niños pobres. No podían comprarme nada. Bah, exagero: era la época de Menem y ligaba, ligaba mucho. Pero no siempre. No tuve una infancia tan mala. Pero tampoco fui de esos que mierda querían, mierda tenían. Voy al grano: la prohibición de tocar juguetes y golosinas que no se pueden pagar constituye una regla de oro que, de alguna manera, evitará que el joven crezca con un instinto desmesurado, desbocado. Ya sé que no tengo para pagar por todas esas hembras. Sí las puedo mirar. Pero hasta ahí nomás. No sea cosa que una de esas estúpidas, en un arrebato de feminismo, me acuse de "acoso". ¿Se dieron cuenta de que las tipas son feministas con los obreros de la construcción que las piropean pero no con los ricos que las penetran por el ano? De más está decir que estos ricos "cosifican" a sus novias con con el pedido diario de sexo oral y posiciones sumisas como el famoso "perrito". Bueno, decía yo que iba por ahí viendo tetas y culos, tetas y culos a morir. Y veía también vaginas marcadas por pantalones muy ajustados, labios que se abrían como las fauces de la tierra dispuesta a tragarse al mundo entero. No podía creer semejante exhibición de belleza. Trataba de reprimir la erección pero el paquete me estallaba con cada paso que daba. Es más, diez cuadras de caminata y sentía mojado el calzoncillo. Un horror. No veía la hora de entrar al baño de algún lado que no exija consumición para poder secarme con un poco de papel. Estaba molesto. Mi glande, que se había puesto muy grande, resbalaba en leche. Una sensación horrible, un cosquilleo de mierda. ¿Por qué no podría sentir eso en otra circunstancia, dentro de la matriz de una de esas que me habían llevado a ese desborde callejero? 

  La noche se había hecho realidad. Las luces artificiales alumbraban la escena porteña. Llegué de casualidad a una esquina llena de gente idiota. Muchas viejas burguesas estaban apostadas allí. Cajetillas. Todas hablaban como si tuvieran un pene atravesado en la boca. Muchas gordas. Otras eran muy flacas. Pero, en todos los casos, se trataba de rubias estiradas, tipas operadas por el mismo cirujano. Yo quise apartarme pero me llamó la atención un Camaro amarillo estacionado ahí. El mediático Matías Alé se estaba subiendo a esa máquina infernal de la mano de una de flaca de veinte años. Confieso que no sé manejar y que poco entiendo de autos. Sin embargo, hay algunos diseños que trascienden el mundo automotor para internarse de lleno en una poética de lo extraordinario. Contemplaba ese animal hecho por el hombre con fascinación. Mi expresión imbécil denotaba mi clase. 

 Yo seguía absorto mirando esa obra de arte. Pero una mano vino a quitarme del ensueño ese. Una mano de mujer tocó mis nalgas con pasión. "Toca culo, pija quiere", dicen en el barrio bajo. Yo me di vuelta y la vi a la conocida Amalia Granata. Me besó. No lo podía creer. ¿Por qué a mí? Sentí el perfume que salía disparado de ese cuello dibujado. Me anestesió. De repente, toda la gente desapareció para mí. No había ricos ni famosos excepto esa protagonista de escándalos, esa musa masturbatoria que tanto había anhelado durante años. Me sentía Robbie Williams. Miento, me sentía más que él porque ser argentino te hace mejor que un inglés, claro. Y más si sos nacido en Buenos Aires, la mejor ciudad del universo.

- Yo no te quiero. No te conozco. Pero tengo ganas de darle celos a ese pibe, a Matías Alé. Podés hacer conmigo lo que quieras. Y también te voy a dar plata porque se nota que sos pobre. Vos disfrutá conmigo que ahora nos vamos a ir a pasear y de ahí a la cama, toda la noche. Aunque primero tenés que comer. Siento los ruidos de tu panza. Me da cosa garchar con un chabón cagado de hambre. Quédate tranquilo y no digas nada. Sonreí a todos, nada más. Tenés linda sonrisa a pesar de estar vestido como un croto.-

- ¡Qué quilombo! No sabía que estabas detrás de ese boludo. Es un lío el mundo de la farándula. No me va. Soy de otro palo. Pero tengo ganas de cogerte. Y mal no me vendría unos mangos para poder morfar, ¿viste? No tengo laburo. Bah, no sé. Me podrías hacer entrar en alguna empresa, vos que sos una chica linda con contactos.-

- No da que hablemos mil años al oído. Nos subimos al auto y la seguimos. Va a estar todo bien. Pero ahora te quiero de damo de compañía. Si le metés huevo, vas a andar fenómeno conmigo. Hace de cuenta de que soy tu novia. No te voy a hacer hablar con los periodistas ni nada. Pero ayúdame en esto que te pido, por favor. ¡Vamos que nos vamos!

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