sábado, 23 de marzo de 2019

La tía solterona de treinta (por El Águila Occidental)



"El destino de muchas mujeres que dejan de lado su perfil más poderoso y natural para sucumbir a caminos que no construyen solas, sino que son de otros y se los vendieron como una receta de domingo feliz. Una mierda. Espero no llegar a esa edad y padecer el resultado de todas mis decisiones." (Ayelén Vivas, psicóloga)

Las mujeres millennials que nacieron entre el 1985 y el 1987 hoy son las tías treintañeras. Desde los 18 hasta los 29, vivieron una época de esplendor sexual en el que degustaron con mística fruición una paleta de penes variados: desde bastones enormes que no podían entrar en las dimensiones de su cavidad vaginal hasta pequeños gusanitos vergonzantes que ni le hicieron cosquillas. Impulsadas por el vértigo sexual de la primera década de los 2000, probaron el sabor dulce y amargo de una miríada de chongos que descendían sobre sus vidas como constelaciones de estrellas que hurgaban en sus cuerpos, provocando un sin fin de placeres (y displaceres) en sus zonas erógenas. Muchas de ellas tuvieron frustrantes y largos noviazgos de años que eran la promesa futurística para escapar del caótico mundo de la sexualidad touchangouera, que en el fondo siempre las dejó vacías, sedientas, mancilladas y, en muchos casos, en un estado de ignominia total, con el mote de “puta” rodeándola como un aura maldita. No obstante, esos largos noviazgos, lejos de ser una opción inteligente, restauradora y creativa, ya tenían en su génesis la marca del fracaso: relaciones rutinarias, tediosas, repetitivas, epidérmicas y completamente embolantes a partir del segundo año. La rueda de la rutina iba tragando, silenciosa, el aceite cada vez más rancio de la excitación y las esperanzas doradas de un postrero matrimonio, la casa propia y los niños bien alimentados corriendo por el patio. El muchacho mostró rápidamente su verdadera faz: ser un pelafustán adicto al fútbol, la playstation y los asados con los pibes, sin la mínima noción de misterio en su existencia. Ella se dejó estar y su figura esbelta y suave se dejó de enmarcar como el centro del universo del pibe, que accedía a hacerle el amor solamente cuando su vida se volvía demasiado tediosa y la presión orgásmica atenazaba sus huevos futboleros. Por otro lado, el vértigo sexual del mundo externo, con la explosión de las redes sociales y las aplicaciones de cópula y exhibición de cuerpos perfectos, horadaba la piedra débil y porosa del noviazgo, generando un fuerte deseo de escapar de la región de la pareja estable y sumirse en el valle de los gemidos de una sola noche. La muchacha, cansada de ver al pelafustán, cada vez más decadente y derrotado, comenzaba a ejercer una vigilancia insoportable sobre su vida, ametrallándolo con reclamos, celos y presupuestos destruidos producto del estado resultante entre las expectativas y la realidad. Sumidos en un torbellino de desencantos, la pareja termina y emerge, apetecible pero temeraria, la tía solterona de treinta: independiente, provocativa y empoderada, sale a comerse el mundo: se va a Tailandia, a Europa, al Norte Argentino y hasta el Cululú con amigas, escuchando la música del momento, con los deditos levantados y la duck's face, mostrándole al cansino ex-macho (ahora prolífico gatero de departamento de soltero) que ella está disfrutando del mundo, que su líbido se puede depositar exitosamente en los objetos externos y que su Insta explota de chongoides dispuestos a prodigarle intensos y fugaces placeres. La “fase descendente” de la solterona se manifiesta en sus memes y publicaciones New Age, en los cartelitos que dicen “Disponible” cuando va a casorios y en las fotos que se saca jugando a la mamá con los hijos de sus amigas y hermanas mayores. Cansada de los triunfos que le prodiga su cuerpo, intenta, quizás inconscientemente, atraer, nuevamente, la noción de estabilidad a su vida, pero ya con severas intenciones de casamiento y reproducción. El machaje advierte sus oscuras intenciones y comienza a alejarse como esas reses asustadizas que huyen en tropel cuando algo las asusta, buscando seguridad en el amor extraño de las hembras más jóvenes. La vida de la soltera comienza un lento declive, con el techo de los cuarenta masajeando sus cabellos que empiezan a encanecer tímidamente y con pretendientes jovatos, sumidos en un patético retorno a sus veinte cuando ya son de cuarenti o cincuenti. Estamos en medio de este fenómeno psicosocial, no podemos decir con certeza cuál será el destino de estas muchachas. Continuaremos este artículo dentro de diez años. Nos vemos en la próxima...

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