Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

sábado, 13 de octubre de 2018

Divagaciones acerca de la sexualidad (por Juan Tierradentro)




Divagaciones acerca de la sexualidad

Hay algo de impuro en el sexo, es verdad. El sexo no es lo que dice el diario Clarín o Alesandra Rampolla: no es como comer, ir al baño, ducharse o salir a correr. Es un acto de intercambio energético, fluídico, donde nuestra energía experimenta una alquimia y las defensas de nuestro yo se derrumban, dejando afluir un sinfín de impulsos, imágenes, intenciones y conductas animalescas inconcebibles e inhallables en otros planos de la vida. La pureza y la inocencia del no sexo está clara en los niños, o en los animales, que lo hacen de forma mecanizada, con fines reproductivos. No estoy apelando a los ridículos pretextos religiosos que buscan aniquilar los instintos y reducir al ser humano a un despojo de represiones brutales y fantasías peligrosas: ese sexo clandestino y subterráneo que ocurre en un escenario enfermizo donde se desata una verdadera batalla simbólica. Pero una vez que hemos ejercido el sexo por primera vez, hay algo que se corrompe dentro nuestro y la mente comienza a cultivar pensamientos conspicuos, a desear más relaciones, formas, personas y la variedad erótica que la imaginación concibe a veces llega a fantasear lascivias hasta con seres extraterrestres. Tengo un amigo, muchacho sensato que disfruta del sexo, que dice que en las temporadas ausentes de orgasmos la pasa mejor, está tranquilo, tiene más energía, etc. Luego, cuando retoma el raid "orgasmal", se siente perturbado, distraído y falto de ánimo para emprender otras actividades. El problema aquí, quizás, no sea el sexo en sí, sino cómo lo expresamos, sublimamos o reprimimos, es decir, lo que pensamos que el sexo es, lo que pensamos antes y después del sexo.

Cuando el deseo brota de la conflictividad, seguramente el acto será conflictivo, confuso; deje una sensación de vacío espiritual, culpa e insatisfacción. Porque la dirección del deseo es la mera satisfacción y solaz de su propia fruición. Esa agitación conecta con alguien en la misma sintonía y uno termina frotándose con un cuerpo: una especie de masturbación encubierta e inconscientemente pactada con un ser extraño y pasajero. Aquí el placer es asustadizo, se sacía el desfogue, pero no pasa mucho tiempo hasta que extrañas sensaciones suben por el ascensor de nuestra psique y nuestra consciencia se plaga de nuevas insatisfacciones. Cuando el deseo se manifiesta y expresa ligado a sentimientos más profundos, de afectividad y conexión en otros niveles, la resultante es menos conflictiva, y, culminado el acto, los amantes se regocijan en la miel de una dimensión más elevada y aquiescente. Pero hay más: esto último, los impulsos eróticos básicos en consonancia con el "amor" mutuo, no bastan para que yo deje de pensar que hay algo corrupto, impuro y hasta deleznable en los jadeos, la agresividad, las caricias, las palabras y el orgasmo final (no me puedo desapegar de un sentimiento de rechazo que a veces roza con la repugnancia). El elemento de corrupción e impureza en la primer forma de sexo es más letal y perceptible. En el segundo, menos visible, más desdibujado. Pero el niño, el árbol y el animal siguen presentando ese halo de pureza que no está presente en el adulto humano activo sexualmente. ¿Qué es, pues, eso que se "ensucia", que se "pierde" cuando maduramos en el arte del erotismo y en la necesidad recurrente e imperiosa de tener relaciones sexuales? Dejo la pregunta abierta, porque aún no he podido dar con la respuesta.

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