Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

sábado, 13 de octubre de 2018

Diálogo con un peronista metafísico (Juan Tierradentro)



Diálogo con un peronista metafísico

La noche fluía con mansedumbre, el aire estaba impregnado con la fragancia de mil flores invisibles; en el cielo, la luna plateaba el fondo oscuro de estrellas primaverales. El Peronista, empotrado entre el asador y la pared. El piso, lleno de cenizas. Una cerveza a mitad tomar transpiraba al lado de la silla en la que el Peronista leía, absorto, una novela policial. Me senté en un banquito y lo comencé a mirar. El cabello blanco revuelto, la piel cobriza, chaleco, pantalón de gabardina y zapatos castigados; leía mientras aspiraba el humo del cigarro. Dejó el libro de golpe, me miró con sus ojos turquesa apagado y empezó a comentar la situación del país desde la perspectiva de lo “nacional”, “popular”, desde un aparente sentimiento patriótico inigualable. Dadas las cosas, al espanto de las circunstancias actuales, a pesar de mi repugnancia por todo lo ideológico, me vi obligado a congraciarme con su forma de ver (además, en esa hermosa noche, no tenía la mínima intención de polemizar con nadie). Luego de denunciar el caos del presente, con el país tomado por un “gobierno cipayo”, el pájaro peroncho, enigmático, con contornos proféticos, voló hacía el pasado. Habló del Cordobazo y casi lagrimeó al recordar el acoplamiento entre trabajadores y estudiantes para derrocar a Onganía,; habló del ERP, Montoneros, las FAR y FAP, aduciendo que no eran gente pobre ni lúmpenes, sino pequeños-burgueses ilustrados, universitarios y con tiempo de sobra para intentar la Revolución. Él había estado en la EAS, una especie de centro de estudiantes en la escuela secundaria, y no tomó el camino de las armas porque se vio obligado a trabajar a destajo por su situación desfavorable. Pero si hubiese tenido los medios, no habría dudado un segundo en sumarse a la fiebre revolucionaria: los efluvios de la actividad del Che enloquecían a las mentes jóvenes. Cada diez minutos metía la mano en el bolsillo de su camisa, hacia saltar el atado de puchos, sacaba uno y lo prendía. Me habló de las operaciones de los “medios hegemónicos”, de cómo presentan los hechos, de cómo manipulan los sentimientos de la gente y de cómo, finalmente, crean una realidad paralela, ilusoria, mientras los capitales multinacionales saquean a las naciones pobres. Todo era denunciado de forma correcta, precisa, detallada. El diagnóstico de la enfermedad era muy claro: el médico que ofrecía la cura, debería ser, claro está, peronista. Celebré sus denuncias, pero advertí que omitía, al igual que los medios que a él lo espantaban, parte de la verdad: es decir, la corrupción de los suyos. Se refería al peronismo como “nosotros”, de la misma forma en la que un padre habla de su clan familiar, un hincha de fútbol de su club, etc. El nosotros era “yo y los míos versus los otros”. Nosotros, la encarnación de la verdad, lo bueno y lo justo y los otros, la representación del mal. Maniqueísmo ancestral: malos y buenos, ángeles y demonios. El hombre formaba parte del plantel de funcionarios políticos de la ciudad: estaba comprometido con el partido desde su juventud, era parte de un movimiento y la energía de su vida estaba enfocada a defender una causa, en luchar por las banderas, las verdades del grupo. Al igual que un sacerdote, un militar, un abogado, al igual que cualquier hombre que no es libre porque su existencia se agota en las tenazas de la frenética lucha humana. 

La potencia de sus gestos, el vigor y el brillo de sus ojos, los gestos bruscos de toda su contextura cada vez que enunciaba un verdad se fueron desvaneciendo como se desvanece la realidad de un sueño. “Son las once y media”, dijo, en clara señal de retirada. Le estreché la mano y me despedí. Aprendí mucho de aquel peronista casi sobrenatural, que fumaba en la oscuridad.

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