Vamos a encomendarnos a la magia de Azul Schlimberg. Dejemos descansar a la Virgen Atea, que ya bastante hizo por haberme salvado la vida. También le damos sus merecidas vacaciones a la Piba Troska, esa mujer piadosa que me dio techo y comida cuando el mundo me daba palo, burlas y consejos de mala muerte. Desde ya, la Rubia de Kill Bill quedó allá lejos y hace tiempo. ¿Qué otra? Han desfilado algunas, pero me debo al presente y al futuro. De la Señorita de Amargo hubo mucho but no más, no más. Fue y ya fue.
Hola, Azul Schlimberg. O Limberg. No me acuerdo cómo mierda escribir tu apellido, guiso terrible de consonantes. Me quedo con el nombre de tus ojos potentes, fuegos árticos que me encienden lujuria y amor en mi pecho poderoso de hombre pija parada.
Perdón. Estuvo de más el comentario de la parada. Jugué fuerte para sorprender, pero no. A vos te quiero bien. Es más, debo confesarte algo: te tengo miedo sexual. Creo que puedo sufrir impotencia ante tu presencia. Me cuesta explicar el temor reverencial que me llena de inseguridades.
Tal vez lo anterior también estuvo de más. ¡Como si fueras a darme alguna oportunidad algún día! Pero sí te tengo miedo. No me siento capaz con vos. No sé. Veo como un sacrilegio mirarte a los ojos mientras te recorro con fuerza e insistencia. Te juzgo tan angelical que la culpa eyacula prejuicios sobre mi mente estúpida. Tal vez sería todo lo contrario y uno y mil coitos sintetizarían todas nuestras pasiones. Misterio.
De todas formas, no me importa hallarte desnuda. Tu gracia me basta. Te veo y tomo todo lo que necesito para sentirme bien. Y creo, modestia aparte, que mi compañía te agrada. ¿Viste que nos llevamos de diez? Pero vos estás con alguien. Mejor no cortar esta bella amistad incipiente por un beso inoportuno o algún comentario fuera de lugar.
Conservadurismo al máximo.
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