Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

domingo, 23 de septiembre de 2018

Amor abstracto (por Juan Tierradentro)




Amor abstracto

Ella era profesora de Filosofía en pleno proceso de divorcio. Él, un joven romántico y taciturno. Coincidieron en un tiempo que hoy no comprenden. Se amaron en medio de libros, caminatas nocturas, de diez años de diferencia de edad, enredados en el fuego de un sexo extraño, de una intensidad que sólo ellos dos conocen. Ella vio en él a Schopenhauer y a Lao Tsé; también vio a un príncipe que en vez de montar un caballo, simplemente caminaba por el barrio descalzo, despertando la fascinación que generan los anacoretas, los santos, los iluminados. Él vio a Madame Bovary y a Juana Azurduy; también vio una férrea voluntad de amarlo. Los dos, espíritus de poca practicidad en el mundo real, eran excesivamente soñadores; su amor se construyó en el delirio abstracto de la noche, escondiéndose de la chusma, creando una realidad paralela, fugitiva y huidiza de la luz del sol. Ella se enamoró más que él. Él no sabía lo que buscaba. Ella se renovaba (¿o huía?) del tedio de un matrimonio trunco en la figura evanescente del muchacho, que iba por la vida empujando por el viento. Él, quizás, encontraba en los pechos de la mujer el calor que su madre ya no le daba. Había veces en las que hacían el amor y no leían nada. Otras en la que leían mucho y no hacían el amor. Cuando iban al bosque, por acción de un pacto tácito, no se besaban. Ella volaba de planeta en planeta cuándo él abrazaba los árboles. Él pensaba en dejarla al amanecer todas las veces que se veían: un tembloroso pudor postergaba el extraño impulso. Ella empezó a irse muy lejos a medida que buscaba acercarlo, ceñirlo a las demandas afectivas que jamás pudo concretar con su marido. Él se vio muy cerca de ella. Se asustó. Se dieron cuenta de que las relaciones perfectas son para los libros. Que el romanticismo se agota cuando cesan ciertas conexiones químicas. La relación se desvaneció con el clamor de un amanecer primaveral, justo cuando la naturaleza, engañosa, los deslumbró con la visión de un atuendo inaudito. El cambio de estación ocurrió también en sus corazones. Hoy viven en la misma calle. Están muy cerca. Apenas a unos pasos. Pero ninguno se anima a mirar al otro a los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario