Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

martes, 12 de junio de 2018

Los jueguitos de Eduardo y Leticia (por Juan Tierradentro)



  Los jueguitos de Eduardo y Leticia

  Me escabullí del comedor a la pieza. Dije al resto de su familia que iba al baño. Sabía que Leticia estaba estudiando y que se preparaba, ciegamente excitada, para unirse al bullicio de la marcha a favor de la despenalización del aborto. Yo amo a Patricia, mi esposa, sin embargo, los lúbricos sueños con Leticia me atormentan todas las noches: intentar reprimir lo que siento por ella sería como intentar domar dos potros a la vez. Los actos de voyerismo, furtivos y despreciables, no me van a ayudar en nada, pero no los puedo evitar: las ensoñaciones no dan tregua, son una constante en mi vida, como comer o ir al baño. La puerta de su habitación abría un intersticio donde mi fruición colisionaba con el universo confuso y sensual de esa muchacha que leía unos apuntes de Marcuse y Chomsky. Madejas teóricas socialistas que hacían que Leticia, finalmente, se convierta en una pendeja puta anticapitalista, presa de los demonios del rock, que le comían su bizcochito recién sacado del horno con sus bocas groseras como un antro decadente (los mismos que visitaba Leticia los viernes y sábados, acá en Temperley). Me dispuse a observarla: chiquitita, culona, con unas tetas grandes como su cabeza, cabeza bien proporcionada, cubierta de una piel tersa, fresca, sus labios tiernos y voluptuosos se movían al son de las lecturas, sus pequeñas manitos -en las que mi verga de veinte centímetros hubiesen completado un cuadro majestuoso- tamborileaban ansiosas, su nariz respingada, espantosamente perfecta, sus orejas cubiertas por la cortina abundante de su pelo castaño y sus ojos azules, agresivos, moldeados por la lascivia de ambientes salvajes frecuentados a temprana edad, hacían magia en la dureza de mi entrepierna. Quise entrar, so pretexto boludo, “Leti, ¿Qué onda? ¿Necesitas ayuda?”. “Si, Edu, chupame la concha mientras fantaseo con el proletariado y el aborto. Cogéme bien cogida, machirulo”. Había atracción mutua, pero yo no podía traspasar el límite de su histeria (como toda mujer, ella fijaba las reglas), de su juego secreto con un hombre de treinta y cinco bien conservado; todo iba a quedar ahí, en indirectas, roces secretos, guiños lejanos: en el subterráneo mundo, impreciso como las realidades oníricas, donde Leticia y Eduardo, o Eduardo sólo, amaba y cogía con Leticia. Me dispuse a pensar que con una sola noche bastaría: hacer cochinadas medio en pedo, dos o tres horas, asegurarme de decirle cosas que  ningún rufián de los que ella era complaciente víctima le diría en su puta vida, dejarle una impresión atemporal en su alma mancillada, verter, junto con mi semen, un poquito de esa vida que yo había sabido extraer fuera del torrente en el que Leticia estaba sumida y quizás nunca saldría. Dos horas y sellar la fantasía, mi placer y el de ella, decirle que se deje de joder con boludeces degradantes, mostrarle, además,…. “Eduardo, ¿Qué hacés?”, dijo Leticia y me sacó de esa pose meditabunda, mirando al suelo, dirigida a un imposible: se había levantado y venido hacía mi sin que yo lo advirtiera. “Leti, quería ir al baño pero me acordé de un quilombo que tuve hoy y me quedé tildado en la puerta”. “Ah, no hay drama Edu, sigo estudiando”.

  Me dio un besito, me guiñó el ojo, cerró la puerta y desapareció. El ring donde yo luchaba con mis propios fantasmas, donde ella asestaba golpes sobre mi cara ofrecida casi con vileza, seguía activo; el público fervoroso insistía loando a la vencedora, arteramente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario