Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

martes, 29 de mayo de 2018

Sueños locos de otro (Boxeo)



  Alguien de mi familia padeció una pesadilla que me tuvo de protagonista. Resulta que una turba de obesas y vagos alentaba a un gordo inmundo para que me pegue. Maravilla Martínez dijo una vez, en una entrevista, que la guardia está en las piernas. Claro que le hice caso al gran valor del boxeo argentino y salí a esquivar a puro pasos al costado y hacia atrás: me convertí en un Mayweather pálido. El círculo de la multitud que rodeaba a los pugilistas cedía para evitar daños colaterales. Me esforcé en todo momento por darle la iniciativa a mi oponente. Nunca me dejé pegar, pero tampoco pegué. Con dotes teatrales, fingí muecas de dolor y cansancio. Exageraba la respiración mientras el escudo de mis puños apenas recibía impacto. Sabía que el voluminoso enemigo no se arriesgaría a lanzar patada alguna que pudiera hacerle perder el equilibrio y, por extensión, el combate. La refriega llevaba ya dos minutos, según mi reloj astillado por un golpe de derecha frenado por mi izquierda. Quería aprovecharme del eyaculador precoz. Supe, al ver caer la guardia del coloso de harina, que su hora había llegado. Comencé a sonreírle, a menearle las caderas en un baile sensual. Los gritos de alrededor aumentaron. La calle y el sol me verían ganador. Supe, casi como una revelación de Dios, que debía pasar al ataque. Así que arremetí en un remolino de misilazos a repetición. Trabajé rostro, cabeza, pecho y abdomen. El tipo carecía de aire para sostener brazos tan anchos y pesados. 

  De Mayweather y Maravilla, pasé a Pacquiao por la velocidad de mis manos. En verdad, desde lo técnico, no recomiendo lanzar piñas sin cesar porque esa acción habilita el contragolpe del contrario. Sin embargo, vi exhausto a mi retador y me supe campeón de esa esquina. No tenía del otro lado a un Arakawa, verdadero kamikaze del ring, leyenda inmortal del Yellow Power (pese a recibir castigo sin piedad, el samurai de los guantes siempre supo sobrevivir a cualquier bomba atómica de ganchos y cruzados). Yo enfrentaba a un triste fat boy sudamericano y no podía darme el gusto de perder, para luego ser picoteado por la masa de gasto público deseosa de mi caída.

  Luego de la Blitzkrieg que ejecuté, mi rival sucumbió y, pesado, su cuerpo golpeó el piso. Para que vean mi figura, busquen imágenes del Ringo Bonavena o, más actual, miren al Canelo Álvarez. En un tiempo, por medir solo uno ochenta, quizás algún centímetro menos, temí enfrentamientos con gigantes, como este dogor del Conurmalo. Pero Tyson medía lo mismo que yo y surtió a más de un Goliat.

  Con el hombre de pasta en el pasto, retrocedí por honor. Jamás le pegué a nadie en el piso. No me gustan las artes marciales mixtas ni la UFC. Quizás a vos sí, rubia mía. Hasta te habrás dejado montar por uno de esos machos en la jaula de la muerte. Yo, en cambio, admiro la táctica del box, sus tiempos, su matemática, esa poesía de jaque mate y final de cuento. Incluso gozo con la novela que gana por puntos, como un nocaut hecho gradualismo y dosis precisas. Anyway, dejé que mi objeto de ira se incorporé.. 

  Con lo último que le quedaba, intentó patearme los testículos al mejor estilo kravmagá israelí. El judío, hombre pragmático y perfecto por mandato divino, te golpea sin arte, pero con efectividad total. El negro del Brasil, por ejemplo, te zumba bailando a pura capoeira. El japonés te aniquila, pero con honor y reverencia, tal el karate. El gringo, en cualquier disciplina que practique, buscará el espectáculo, el impacto de la cámara y la viralización de la paliza. El mexicano, verdadero cartel en el pugilismo, batalla a puro huevo, corazón y heroísmo y va al frente aunque lo espere la muerte. Uno, como argentino y periferia, tiene un poco de cada uno más ese plus que te da ser un poco atorrante, de un barrio con aguante, nunca vigilante.

  Sí, el gordo quiso hacer de mis huevos mayonesa, pero, en devolución de gentilezas, me agaché y le regalé un puñetazo castrador, una suerte de vasectomía artesanal. Ante el griterío de las putas, los punteros, los transas, los sindicalistas y los rastreros, y ante el patrullero que se aproximaba con sirenas y tiros al aire, perdí el dominio de mí y me arrojé sobre mi hombre. No sé, extravié la razón. El Chino Maidana, a mi lado, parecía Gandhi. Puse mis rodillas sobre los hombros del vencido para inmovilizarlo y, con mis nudillos, le hice varios tatuajes. 

  DEDICADO A MI PADRE Y A MIS HERMANOS, QUE ME LLEVARON A AMAR EL BOXEO DESDE LA INFANCIA. DEDICADO TAMBIÉN A ALAN M., "KUNG FU PANDA". 

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