Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

martes, 9 de enero de 2018

Sueños locos CXIV (Piedras)





  Salí del Coto de Lugano con las compras para el fin de semana. Iba rumbo al puente peatonal que conecta con la tira donde está el kiosco del barbudo, sobre Soldado de la Frontera (se puede ir de una tira a otra de los monoblocks sin tocar la calle). Maravilla de la ciudad planificada. 

  Antes de llegar al puente peatonal, en la pasarela que bordea Coto por el lado de atrás, comencé a recibir piedrazos a repetición. No sabía el motivo del ataque. Solamente veía al individuo encarnizado contra mí: convertido en una catapulta viviente, arrojaba todos los proyectiles que tenía a disposición en el piso, a modo de un arsenal previamente preparado para agredirme. Las municiones no eran muy grandes, no voy a mentir. Sin embargo, no hace falta contar con artillería pesada para abatir a un individuo en soledad...

  Las piedras me pasaban muy cerca. Pensé en huir. De hecho, quise irme hacia atrás y bajar las escaleras para tocar la calle y ver de refugiarme en otro lugar. Pero me di cuenta de que el agresor estaba del otro lado del puente, que contaba con mucho poder de fuego y que, en mi retirada, le daba la espalda y la iniciativa para perseguirme. Así que me decidí a encarar para su posición, con intención de alcanzarlo y darle muerte.

  Los monoblocks de Lugano 1 y 2 constituyen una estructura compleja y difícil de describir. Casi todos los edificios tienen, en un primer piso, locales comerciales que dan a la calle. Los mismos están conectados por puentes peatonales que cruzan la Avenida Soldado de la Frontera. En un contexto así, cualquiera puede ser blanco de ataque por los cuatro costados: un forajido, chiflido mediante, puede convocar a todos sus secuaces y, en cuestión de minutos, las pirañas harán su trabajo de manera letal...

  Las piedras matan. Una piedra mató a Goliat. Eso de que los pobres palestinos tienen piedritas se trata de un cuento: un proyectil arrojado a gran velocidad a la cabeza es un arma mortal. No hay otra. Lo mismo con los izquierdistas que en diciembre del 2017 arrojaron 15 toneladas de cascotes contra la policía frente al Congreso. Cuando mi agresor me acosaba a las pedradas, pensaba en todos los comunistas del mundo entero que ven como algo inocente el lanzar objetos contundentes contra el prójimo. Creo que no está mal responder con balas de plomo, aunque me digan que dicha respuesta no guarda proporción ni mesura. Desconfío de las "buenas intenciones" de los progres.

  Solamente un puente me separaba del Bombardero Humano de Lugano 1 y 2. Podía acortar la distancia y asaltar a mi victimario. Aunque no era empresa fácil: al subir la escaleras para cruzar el puente, perdía de vista a mi rival. Bien podía ser que para ese entonces él ya se haya apostado en los escalones del otro lado, con la consiguiente ventaja de montarme un recibimiento del tipo emboscada. No podía perder el tiempo: si me quedaba de pie, perdía. Si huía, moría. Y si avanzaba, podía sucumbir a una lapidación islámica. Todos los caminos me llevaban a Babilonia.

  Con paso rápido, dejé atrás los escalones y pude subir al puente. Las piedras no paraban. Como Apolo, el que hiere de lejos, el eximio arquero me hostigaba con sus flechas de fuego. Yo llevaba los brazos en guardia tipo boxeo para proteger mi integridad. Las piñas rocosas comenzaban a dejarme los antebrazos ensangrentados. 

  Aunque él no me vio al subir las escaleras del puente, sabía que iba a su encuentro. Por eso mismo, con gran tino de su parte, no dejó de lanzar balas de cañón. Ahora que la distancia era menor, utilizó munición gruesa. No tenía ya problemas de alcance. Pese a ser un joven muy delgado, se notaba con gran fuerza en el brazo derecho. Además, daba pasos hacia adelante para tomar impulso. Se lo notaba ligero. Pese a que los artilleros no son tan valientes como los soldados de infantería, no podía subestimar a un delincuente que sabe moverse como un mono. Yo apostaba al favor sorpresa, a dejarlo sin reacción. Porque los que agreden a distancia nunca imaginan que van a tener a su blanco cara a cara.

  Ya casi estaba por llegar al otro lado del puente. Yo, Alan, el de los pies ligeros, tenía muy cerca a mi atacante. El problema era que no podía apurar el paso porque, al bajar los brazos del rostro para correr más rápido, quedaba sin guardia a pocos metros del punto de lanzamiento. Conservé la cordura y mantuve los miembros superiores arriba, a la manera de una jaula protectora. Avanzaba veloz con pasos en zig-zag para desorientar al gamberro de tez marrón. Noté el susto que delataba la mirada. No podía creer que hubiera ido a su encuentro. Me insultaba para tomar valor: "¡Te voy a matar, gil! ¡Tocá de acá, vo'!" 

  Era vivo el sujeto: amagaba con los lanzamientos ahora que había bajado del puente con saltos rápidos. Quería ver si bajaba la guardia en un segundo. Yo seguía con los brazos en alto para protección. Si me tentaba con irme al humo de una corrida, perdía el rostro y no me iba a reconocer ni mi madre. Tenía que aguantar. 

  Corrí unos pocos metros y le grité que pelee mano a mano. Le dije "hijo de puta". Sabía que iba a perder la compostura: este tipo de gente marginal suele tatuarse el nombre de su madre. "¡Ahora vas a ver!", me tiró. Ya no podía seguir con las piedras porque tenía que agacharse para aprovisionarse, lo que equivalía a dejarse patear la cabeza por mí. Se paró firme y amagó con darme algunas pataditas. Visto y considerando la diferencia de cuerpo, - yo le saco una cabeza de altura - supe que me iba a imponer por peso, estado físico y agresividad. 

  Arremetí con todo hasta empujarlo contra una pared. Sus piñas y patadas sólo conseguían enfurecerme como Toro Salvaje, aquel boxeador italo-americano que se dejaba dar algunos golpes para alimentar su rabia. Una vez que estuvo acorralado, comencé a trabajarle la zona hepática con golpes a repetición. A su vez, le daba cabezazos cortitos al rostro y algunos rodillazos y pataditas a los tobillos. Con mi hombro derecho, le hacía presión sobre el pecho para que no pudiera escapar. Se hallaba agitado. Pero tuvo el aire suficiente para lanzar un chiflido de llamado a la manada... 

  Los monoblocks de Lugano 1 y 2 tienen una puerta de salida en los primeros pisos, las cuales dan a los negocios. Sentí el ruido de un ascensor y segundos después vi salir a cuatro sujetos con gorras y zapatillas deportivas que reclamaban por su hermano, el mismo que yacía inconsciente en el piso luego de que le diera el último golpe. Antes de que pudieran abrir la reja, me lancé a correr con desesperación para el lado de Avenida Roca: había visto que dos de los tipos agitaban armas de fuego.  

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