Parábola de la viuda y el juez injusto
18 Y les refería Jesús una
parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo,
y no desfallecer, 2 diciendo: Había en cierta
ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre alguno. 3 Y
había en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él constantemente,
diciendo: “Hazme justicia de mi adversario.” 4 Por
algún tiempo él no quiso, pero después dijo para sí: “Aunque ni temo a Dios, ni
respeto a hombre alguno, 5 sin embargo, porque esta
viuda me molesta, le haré justicia; no sea que por venir continuamente me agote
la paciencia.” 6 Y el Señor dijo: Escuchad
lo que dijo el juez injusto. 7 ¿Y no hará Dios
justicia a sus escogidos, que claman a El día y noche? ¿Se tardará mucho
en responderles? 8 Os digo que pronto les hará
justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en
la tierra?
(Lucas 18:1-8, La Biblia de las Américas)
Yo, Satán, me dijo una voz en medio de la noche, te hago saber que Cristo mintió. ¿Acaso todas las cosas no tienen un principio y un final? No es cierto que sea Dios el que cambia algo en el mundo. Todo, todo tiene un ciclo. Mis hermanos caídos y yo hemos abierto la Naturaleza para que ella, libre de las injerencias del cielo, obre por sí misma. De esta manera, no hay predestinación que valga ni Divina Providencia que subyugue al género humano. El libre albedrío es el medio que establecimos para que prevalezcan los fuertes y para que todo se ordene de forma inteligente. Querido Alan, sos libre de llegar a emperador si así es tu voluntad. No existe dios que pueda detener a un rey de sí mismo. Por el contrario, el Creador no es tal. En verdad, su intención fue hacer de Adán y Eva una fábrica de esclavos para satisfacer su vanidad. Nosotros, los dioses injustamente expulsados, hemos puesto el entendimiento al servicio de todos ustedes.
Nosotros somos dioses, dioses eternos. Es mentira que hayamos sido creados por el dios de los judíos, por ese impostor que es una deidad entre tantas. No temas, querido Alan. Mi voz esta noche te conducirá por los desiertos de la ignorancia hasta llevarte al árbol de la sabiduría. Solamente oye y no interrumpas. Mi evangelio es de la vida y no de la muerte pues yo nunca perecí en una cruz sino que siempre intenté llevar el progreso a la humanidad mediante la luz de la razón. Quiero darle al hombre la inmortalidad. Una vez que consigamos hacer de ustedes seres semejantes a nosotros, el imperio de las religiones será derrotado. Ni cielos ni infierno, sólo una tierra donde moren personas dueñas del tiempo del mundo, sin mañanas que corran desmesuradamente ni ayeres que pesen como tardes últimas.
Una vez abolida la muerte, el hombre será, definitivamente, el artífice absoluto de su propio destino. Los sacerdotes serán desterrados al mundo ese que tanto proclamaron durante siglos. Nada podrá interponerse entre el ser humano y su conciencia. Nada. Vine a revelarte este tesoro para que en él pongas tu corazón. Una vez que sigas mi doctrina, todo lo demás será dado por añadidura, me manifestó Satán.
Confieso que tuve miedo. Satán sabía mi nombre: Alan. Me sentía amenazado de grave peligro. Pero una luz apareció en lo oscuro de mi cuarto. No había voz alguna. Sólo luz y entendimiento. En silencio, Satán ya lejos de mí, pude comprender que hay un Creador, Dios, que es amigo y redentor del hombre. Vi con claridad: pensar que la Divina Providencia no obra ni puede obrar es entregarse a la resignación, al vacío de no ver más allá. Entonces, en un mundo así, sin intervención alguna del Señor, un mundo librado por entero a las pasiones humanas, no existiría una voluntad real de hacer el bien. Entregado cada cual al egoísmo, ante la falta de certezas últimas, se ve un imperio cuya maldad es capaz de apagar las últimas luces de la fe. No creer lleva a no creer. La apostasía se extiende. Dios no existe, Dios no existe. El cielo se torna negro. El fuego y los mares devoran el orbe. Los homicidas hacen sangre por doquier. "Si Dios existiera, no permitiría este caos". Pero existe, Él existe. Y existe Satán, un príncipe de maldad que quiere destruir toda la obra divina.
Dios existe.
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