Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

domingo, 30 de octubre de 2016

Sueños locos LXXVIII (Puente Lacarra)



  Me quedé mal de esa vez. El título es para disfrazar un poco lo que pasó, una pesadilla a plena luz del día, en Capital Federal. Para ser precisos, en el Puente Lacarra, ese que corre por encima de la Autopista Perito Moreno, a la altura del Parque Avellaneda, se dio esa desgracia con poca suerte que voy a intentar contar. Me ahorro ciertas cosas para preservar mi integridad física. 

  Bueno, no quiero andar con rodeos. La cuestión es que viajaba en el 141, ese vehículo rojo como el infierno que conecta la hermosura de Palermo con la dejadez de Puente La Noria. Todo iba bien, normal. Qué sé yo. Viajaba sentado. No me podía quejar. Nunca falta el ejército de embarazadas y viejas que te hacen parar. O las embarazadas sensuales y voluptuosas que te la hacen parar. Esa es otra historia. La posta es que, al pasar San Juan Beata de la Salle, la hermosa avenida con espacios verdes en el centro, esa que se interna casi en la Villa Cildañez, distrito peligroso, vi un retén policial. Un coche particular con cuatro tipos con camperas con la inscripción "P.F.A.": Policía Federal Argentina. Un amigo anarquista dice que las siglas significan Putos, Fachos, Asesinos. Digresiones a un costado, la presencia de uniformados y patrulleros se elevó drásticamente en los últimos meses. Avenida del Trabajo, o Eva Perón, Evita es sinónimo de trabajo, muere en Avenida Directorio, cerca del Parque Chacabuco. Del lado de Provincia de Buenos Aires, se hace Crovara y se mete en los peores suburbios pesadillados por el hombre. Es decir, es una arteria larga, que conecta zonas muy complicadas, tomadas por delincuentes pesados.

  Un Fiat Siena pasó al lado de los cuatro tipos que tenían el coche arriba de la vereda, con la baliza arriba del techo. Los efectivos le dieron la voz de alto a los dos ocupantes del vehículo, se veían sospechosos y querían hacer requisa. El conductor, un pelado de ceño fruncido, gritó "¡yuta puta!" Los polis se subieron rápidamente al auto y comenzaron la persecución. Ninguno de los pasajeros había advertido la secuencia. Yo siempre voy muy atento mirando todo lo que pasa alrededor. Antes leía en los transportes públicos pero en esta etapa de mi joven vida leo en la facultad para vivir con más intensidad el misterio de la calle. 

  El colectivero advirtió lo que pasaba. Bah, escuchó las sirenas y se dio cuenta de qué auto era el perseguido. Miró por el espejo retrovisor y vio que el acompañante disparaba hacia atrás. El colectivo se encontraba a la izquierda de los protagonistas del tiroteo. En ese momento, los pasajeros empezaron a avivarse de la acción. Un adolescente sacó la cabeza por la ventanilla para ver qué pasaba pero la madre lo increpó a los gritos y le dijo que le podían meter un tiro. Hubo algunas mujeres que lloraron un poco. Otros se tiraron al suelo. Fue todo muy confuso, milésimas de segundos nomás. No sé. No puedo reconstruir bien todo esta película.

  No podría precisar cómo pero llegué a mirar a los ojos al conductor criminal que iba rápido y furioso hacia alguna parte, lejos de los federales que lo perseguían para arrestarlo y molerlo a golpes. El pelado de ojos verdes y cejas oscuras y densamente pobladas me miró con odio. Yo no le había hecho nada. Le grité "¡chorro hijo de puta!" luego de su mirar diabólico. Se rió con soberbia. Pero no le duró mucho la hombría porque el chofer giró el volante levemente hacia la derecha y los ladrones terminaron con su coche trompeado entre la puerta delantera y la del medio del colectivo. Gracias a Dios, ningún pasajero resultó herido. La maniobra del colectivero fue quirúrgica: hizo que el bondi le corte el camino a los cacos sin dar margen a un impacto violento. Es como cuando alguien te quiere pegar pero le estás casi respirando en la cara y no puede siquiera levantar una mano contra tu humanidad. Si el Siena de los rochos tenía más campo para carretear y daba de lleno contra la unidad de la línea 141, ahí sí: la de San Quintín, con muerto y todo. 

  Cuando frenó el colectivo, le pedí por favor al chófer que abra la puerta, que quiero bajar, déjame bajar, por favor. Bajé. Todos se quedaron arriba: gritaban, lloraban, insultaban a los ladrones. La parte delantera del Fiat Siena quedó abollada. Los delincuentes se encontraban ilesos. El pelado quiso abrir la puerta pero yo se la trabé con el cuerpo, con mi lado izquierdo de mis casi noventa kilos y metro ochenta de altura, y le di dos piñas en la boca con mi derecha de acero. Sabía que el acompañante tenía una pistola. Por eso me agaché mientras el piloto ensangrentado me insultaba y en vano se esforzaba por escapar. Yo estaba agazapado e impedía, con todo mi peso, que el tipo pudiera abrirse a la libertad. Fueron segundos que parecieron meses. Cuando el brazo izquierdo de mi prisionero intentó darme un amansador golpe en la cabeza, la policía había arribado. Los cuatro federales bajaron armas en mano y amenazaron de muerte a los bandidos. "¡No hagan nada, hijos de puta! ¡Lo vamos a matar! ¡Vos, pelado puto, si le pegás al pibe, te quemo acá mismo!" 

- ¡Vos, flaco, salí de ahí! ¡Ya está! - Eso me dijo el cabo Manuel Suárez, un morocho retacón de biceps trabajados y ojos pardos como una noche sin luna. Me sentía mareado, con la presión baja. El colectivero me preguntó si estaba bien. La chusma de los pasajeros me aplaudió. Era el héroe del día. El acompañante del pelado también estaba un poco abombado. Por eso no atinó a disparar luego del impacto. Era un pibe de ojos achinados, flaquito, cara de idiota, algunos granitos, pelo corto. Parecía peruano. Creo que era peruca pero no me acuerdo. El dolape era bien argento, eso sí. Claramente. Tenía acento bien porteño. El otro, por lo que lo escuché pedir por su mujer embarazada y no sé qué historia, daba una onda norteña por la tonada, medio bolita. 

  La gente del bondi pedía que maten a los delincuentes. Estaban todos exaltados. Los coches pasaban y tocaban bocina, justo a la altura del puente, mano a Flores. Los curiosos reducían la velocidad y gritaban consignas violentas contra los detenidos. Yo no entendía nada. Me sentía cansado, con la presión por el piso. Me senté en el capó del auto de los polis e intenté tomar aire mientras ellos interrogaban a los esposados, ambos con sus remeras levantadas para cubrir sus rostros. Uno de los federales, Juan Espósito, un canoso cincuentón de ojos claros, dijo que encontró merca debajo de la rueda de auxilio. Mostró una bolsa transparente con un contenido blanco. El chófer pidió permiso para seguir viaje. La euforia colectiva disminuyó a los cinco minutos. Se habían acordado de que tenían que ir a laburar o a estudiar, manga de vagos. Raro pero los oficiales dejaron que el colectivo se vaya junto al responsable de haber evitado la fuga con el bravo encierro que lanzó a los malvivientes. 

 Yo me quedé de testigo. Me ofrecí. Me aceptaron no sé por qué. Se ve que insistí mucho y vieron que era del palo. No paraba de insultar a los ladrones. También me hice ver un poco y dije que mi viejo fue de la División Robos y Hurtos. Empecé a hablar casi como un policía. Pese a la barba y el pelo largo, vieron que yo evité que el pelado se vaya a la mierda, a puro huevo lo mío. Digo lo de mi aspecto porque no doy hombre de la ley sino hippie mugroso de la Facultad de Filosofía y Letras. Pero no, las apariencias engañan. 

- Bien, pibe, bien. ¿Por qué tu viejo no te hizo entrar en la Fuerza? -

- Se dio de baja siete años antes de que nazca. Ah, y se fue cuando yo era guacho. Pasé casi toda mi vida con mi vieja. Ojo, quise ser milico pero me rechazaron porque decían que soy fifi. Qué sé yo. Al menos lo intenté. Pero sí, me cabe ser ortiva. No los puedo ni ver a los chorros. Si tuviera un fierro y un auto, salgo y los mato a todos. -

- No seas boludo. Mirá que los Derechos Humanos siempre rompen las bolas, por más que esté Macri. Igual, si te va ser cobani, yo te puedo hacer ingresar. Soy el director de ahí de Madariaga y General Paz. Bah, director no pero la calle la manejo yo. Soy oficial, no sargento, sin desmerecer acá a los muchachos que no quisieron estudiar.-

- Vos te hacés el gato porque tenés ojos claros. - Chicaneó el negro Suárez. 

- Cállate, negro cornudo. Terminá de hacer el acta, nabo.-

-¡Sí señor!-

   Los cuatro rieron como hienas. Yo también. Me sentí parte de la familia. Está bueno. Prefiero eso y no ser de esos de gorrita que le roban a las minas y a los laburantes. Entre un chiste y otro, me subieron al Chevrolet Corsa gris. Suárez se fue en el Siena con los ladris. Iban esposados de pies y manos. No sé para qué tanto. 

- ¿Por qué le pusieron ganchos en las patas? - pregunté.

- Por las dudas, dijo un cura, y se compró una cama de dos plazas.

  Me dijeron que iban a ir a Madariaga y General Paz. Pero doblaron en Eva Perón y Murguiondo, cuando, creo yo, tendrían que haber ido todo derecho por General Paz. Me explicaron que era mejor evitar Ciudad Oculta, una villa muy brava. Yo asentía a todo. Confiaba en ellos. O lo intentaba. Sabía que a mí no me iban a hacer nada. No era parte real del asunto. Podrían haberme dejado antes de partir, cuando les firmé las actas de testigo arriba del baúl. Pero les di tanta charla y entretenimiento que terminé mezclado en todo ese merengue. Me hicieron el chamuyo de que me querían presentar a un par de comisarios en la dependencia. No sé para qué pero es entendible que la policía quiera amigos y más si son intelectuales y con bolas.

  Al llegar a Murguiondo y Echeandía, me hicieron bajar. Los dos coches se estacionaron y bajaron todos los ocupantes, policías y ladrones. Silencio. Los detenidos quedaron sentados en la vereda, espalda contra la pared. Los nervios habían ganado los rostros de los federales. Yo los observaba a los cuatro pero no conseguía dar con los ojos de ninguno. No querían mirarme. Hasta que Suárez tomó la iniciativa...

- Mirá, nosotros nos vamos a quedar acá. Tenemos que arreglar algunas cositas. Vos, Alan, te vas ahora a tu casa derechito por Murguiondo. No le decís nada a nadie, no hablás con nadie, con nadie. Ni con tu vieja. ¿'Tamo'? Te vamos a estar mirando. Sos un buen pibe. Acá la onda es entre estos putos y nosotros, vos no tenés nada que ver. Está todo bien con vos, ¿entendiste? -

- Sí, entendí. -

  La verdad es que no entendí una mierda pero los cuatro me saludaron con un beso en la mejilla y Espósito, no sé por qué, me dio diez lucas de su bolsillo. En concepto de qué, no sé. Sé que caminé con el culo en las manos y el Jesús en la boca. Antes de llegar a la autopista, al puente que está después de pasar la placita, un policía, esta vez  vestido con el uniforme tradicional, me miró desde una esquina y me hizo, con el dedo índice en los labios, el gesto de silencio, como si fuera una enfermera pero con bigote.     

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