Una mañana cualquiera, tan hermosa como tu mirada celeste y
tus ricitos de oro, yo me iba de mi
rutina como si saliera de lo peor de mí. No sé por qué pero eludir lo cotidiano
se había transformado en una costumbre trivial para mi persona tan amarga en
ese entonces.
Yo descendía rápido por la escalera que lleva a la realidad del presente. Bajaba sin pensar demasiado. De golpe, me di cuenta de que el pasado me seguía con la excusa de estar apurado por un deber que no viene al caso...
Seguro que se preguntarán qué pasó: yo les digo que no les diré nada porque me aburren las chicas histéricas.
Les cuento otra historia...
Yo subía a la casita de un caracol porque el demonio me había convertido en un liliputiense. Les contaba que venía subiendo a través de la coraza de ese animalito tan simpático.
La idea era dejar las vastas arenas del tiempo para ver otra realidad un poco más de cerca. Por esto, yo ascendía circularmente gracias a la figura creada por mi imaginación, o eso diría algún escéptico, algún no creyente en demonología.
Finalmente, cuando
creí que llegaba al cielo escondido del sonido espiral allí atrapado, me
encontré con otra cosa dentro de ese encierro que no quería dejarme ser el sol.
Algo enorme y hermoso visto por completo y con lujos de detalle. Una
chica de minifalda subía la escalera para ir al segundo piso de un no lugar.
Ella era muy hermosa pero usaba frenos
en los dientes. ¡Pobre rubiecita de tetas grandes!
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