Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

miércoles, 29 de junio de 2016

Sueños locos LXVIII (Imágenes nunca vistas)




  ¿Vieron que desde la Costanera de Vicente López, si miran con atención, se ve la cancha de River? ¿Se dieron cuenta de eso? ¿Fueron? Si no lo hicieron, háganlo. Es una de esas cosas que tienen que hacer antes de morir. Cuando confeccionen su lista, deben acordarse de mí y de este consejo bien porteño. Porque es increíble observar el Monumental desde un lugar que podría presumirse alejado. No solamente se ve la casa del más grande de la Argentina sino que uno puede captar otras bellezas de Buenos Aires.

  Ahora, imaginen algo que no existe: pararse en un punto intermedio entre Buenos Aires y Rosario y observar allí, a medio camino, las dos ciudades al mismo tiempo. Vean el Monumento a la Bandera y las torres de Puerto Madero en un solo movimiento, con girar la cabeza de derecha a izquierda, de sur a norte. Contemplen la locura de Baires y la arboleda del Interior. Vean todo lo que yo vi. Me fui al costado de la ruta, cerca del agua, y tuve ambos mundos al alcance. Imposible esto en la realidad realidad porque el Paraná desemboca en el Río de la Plata pero no es lo mismo. Olvídense de mirar tan importantes rincones de la Patria desde una posición privilegiada nunca mentada por hombre alguno. A menos que haya algún iluminado que construya un restaurante giratorio en la cima de un rascacielos que generoso abra el juego a la imaginación, al placer y al delirio (y Dios me perdone si esto es babélico, alocado y malo).

  Vuelvo a Buenos Aires, casi a la realidad realidad. Cerca del Cementerio de la Chacarita, mi padre arriba de un auto. Quejumbroso, como es su maldita costumbre. Yo, cansado luego de un largo viaje por Panamericana: protestas, cortes, accidentes, robos y la mar en coche y un mar de coches furiosos y no muy rápidos. Me acerqué a la ventanilla del vehículo y le estreché la mano a mi papá. Cara de tedio. Otra vez en el país de los vivos. Me dice que la policía lo persigue pero que ya va a resolver todo. No hizo nada, es inocente. El problema es que unos mafiosos colombianos andan disparando sus motos de alta cilindrada. El mundo cruje de angustia.

  Alzo los ojos al cielo, muevo mi cuerpo, me alejó de mi padre en buenos términos, gano la ruta de vuelta y encuentro otra vez la vista panorámica, siempre al filo de mi mente. En el horizonte, aviones a lo lejos como lapices que trazan una raya en blanco, arriba. Más abajo de la línea de fondo, barcos, barcazas, barquitos. A mi lado, coches, mares de coches que vienen y van. Autopista, puertos y aeropuertos. Un mundo conectado, un mundo enorme que puede ser abarcado con solo dar un giro de 360 grados. Todo vuelve, todo me envuelve. Soy el hijo predilecto de la creación. La Capilla Sixtina de este siglo no es Dios que toca a Adán para darle vida sino que es Alan obnubilado con la magia de la Ciudad, Alan que acaricia la inmensidad de todo el orbe en una sola urbe.

   Dos ciudades. En una de ellas, la mujer que salvó al mundo. En la otra, donde la gente se alimenta a base de gatos, y donde los monos mandan a fuerza de balas, la mujer que estuvo a punto de hacer explotar mis planetas...

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