El paso repentino del día a la noche y de ésta a la mañana entre gritos de terror, porque la ventana se abre y mañana no sé si es mi sol. Porque abundan los cielos pero no alcanzan las manos para meterlos en la bolsa de mis sueños. Y solamente eso, la memoria del circuito imposible, del alambrado al que adorné con una flor que lleva lo mejor de vos. Me acuerdo de ese domingo volátil que me vio parir un sacrificio horrible en forma de cruz. Todavía me duele ese viaje al ocaso, esa sensación de fracasar bajo para ganar algo que no se puede perder. Sólo tengo improvisaciones y deseos probables. El miedo me hace irme de golpe en despertares brutos, en menguas del sentido y realización. Veo, veo, muero, muero. Y algo de todo eso se hace esperanza. Resisto. Existo. Me luzco ante la tormenta desesperada de ayeres y árboles caídos. Me seduzco a mí mismo al darme la fortaleza que merezco para ver una nueva vida crecer entre los prados renovados.
Tengo detrás de los ojos la emoción de saberte con un viento que de alguna manera me pertenece. Me paro delante de esa dicha de abrirte las puertas al mediodía, al cálido emblema del afuera que se rehúsa a devenir incienso. Porque no se adula sino al que se odia. Y yo amo, amor de lo que soy capaz de dar, de darme hasta el firmamento consumido por las miradas que eché en forma de pitadas arriesgadas, en la esquina en la cual se dobla el universo como una servilleta de papel.
Si vos podés ser dueño del alba, no llores por lo que no tiene nombre. Podés disfrutar del silencio y hallarte suficiente. Porque la respuesta respirá para vos. Ojalá pudiera ver mis horas compuestas por esa dulce música que deslinda el corazón del dolor, esa música suave que te hace un ser mejor, alguien que sabe del olvido y del perdón, alguien de paz.
La aurora vuela lejos en cielos ajenos, en mares otros. Pero yo me rebelo a no creer, a ser quieto en un callar reverencial. Sí, podrán criticarme pero esto es una vida que salva, un mar de sangre que sigue a salvo en mi cuerpo granizado por el sinsentido de los que eligen mal.
Allá, fuego. Y acá, a través de toda distancia, una montaña se alza para adornar el privilegio de una espera sin par. Solamente hago poemas. Y me veo en vos, que abrís esta ventana de puro aburrido. Y te ves, de este lado, cercado por el sol. Y aumenta tu dicha al saberte agraciado. Algunos dicen que nada depende de nosotros. Otros predican lo contrario. Yo siento que estamos en el vamos y en el vamos; en el mar y en el mar. Porque vamos surfeando una ola que nos ahoga y nos refresca, una sal que mata y calma. Esas horas de té que rehacen la vida. Ese es el tiempo que vale todos los dolores. Si pudiéramos prolongar el más allá del más allá, esa gracia infinita que nos envuelve en una luz serena y templada, podríamos hacer uso de las las que nos han sido dadas desde antes de nacer.
Tengo ganas de decir lo nuevo. Pero no puedo. En tu vasta sabiduría, todo es déjà vu, déjà vu. Todo es fue. Nada nuevo bajo el sol, ¿pero qué sol? ¿Será un sol cansado de mirar? ¿Un sol quemado por su luz? ¿O es Dios que, lleno de sí mismo, no repara en lo que pasa debajo de sus narices? ¿Y qué pasa si el Señor estornuda?
Vamos al encuentro de la fuerza, el poder y la gloria. Un mundo nuevo está naciendo ahora mismo. Vamos a ver lo que nos manda la firmeza de espíritu. Hay un nosotros que da unos saltos increíbles hacia ese horizonte que siempre intenta correrse para que caigamos en el vacío. En caso de que nos toque el descenso, sólo tendremos que sonreír: le diremos al mundo que estamos haciendo paracaidismo. Y eso haremos: bajaremos como cóndores hacia los ojos asombrados que nos mirarán más allá del resplandor de la saña.
Hay un sol que nos da lo que otro sol nos quita. Y luego un tercer sol, un tercer ojo. Y vemos que el paso repentino del día a la noche y de esta a la mañana es entre gritos de victoria, no de terror. Los cielos entran en los pétalos de una flor que se abre en Buenos Aires. Hoy es un sábado que me ve traer el descanso más agradable. No hay ocaso, nadie fracasa. Todo es mentira. El mal es algo que nos dijeron para que no pudiéramos ser felices.
Y soy, somos, incienso, alba, cielo, prados, mañana, aurora, silencio, música, aura, magia, ilusión, amor, Dios, risas, nube, perfume, mar y miradas que se encuentran en el fondo de una copa de estilo. No podemos corregirnos. Seguimos el rumbo de un nuevo mundo que inaugura una razón para crecer en paz del alma y el cuerpo. Y bueno, somos un semblante susceptible de ser acosado por ciertas desgracias. Pero no debo, no debemos, perseverar en esas fiestas extrañas de privilegios inciertos y reinados inacabados. Somos grandes porque vamos a resucitar.
Hay que cortar con la noche y buscar algo mejor.
Más de más. Porque siempre descubrimos que somos inmortales en el refugio de su voz...
No hay comentarios:
Publicar un comentario