Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

sábado, 30 de enero de 2016

Sueños locos LVII (Atentado en Buenos Aires)






 Otro día más caminando por la calle Florida hasta Plaza San Martín y de ahí, a las paradas de colectivo de Retiro. Otro día más perdido en medio de turistas, inmigrantes empobrecidos, abogados, gente de oficina y otras porquerías. Otro día más, otro día más, otro día más. Más otro día y otro y otro más y muchos más, muchos pero muchos más...

  A fuego lento, a amor constante, a tarde plena, plena tarde de sol y vidrieras que espejan lo mucho que uno debería ser. Y plásticos y números por todos lados. Números, muchos números y pocos nombres. La juventud pierde la vida trabajando más de doce horas al día en esos varios negocios que copan las calles del Centro. Yo caminaba como abstraído de eso. Sabía que era libre en mi hambre, en mis necesidades. "El más rico no es el que más tiene sino el que menos necesita". Claro. Soy un compilador de lugares comunes, un repetidor de frases hechas. Obvio. Atesoro todo, todo. Soy así, un conservador de mierda. Porque va a llegar el día en que un par de imágenes sirvan para reemplazar al diccionario de una buena vez por todas. Y ahí la chusma del siglo va a descargar pollos, penes, vaginas, pizzas y desodorantes por un tubo que atraviese los edificios. ¿Para qué hablar si se puede tocar una pantalla para llenar el estómago, vaciar los testículos y colapsar el cerebro de series y películas que a su vez muestren a otros tocando una pantalla para llenar el estómago, vaciar los testículos y colapsar el cerebro de series y películas que a su vez muestren a otros tocando una pantalla para llenar el estómago, vaciar los testículos y colapsar el cerebro de series y películas que a su vez muestren a otros...?


  ¡Ay, ay, cómo te extraño! Díganle que la amo. ¿Ya lo dije antes? ¿Déjà vú? ¡Cómo si no fuera repetido tanto de nuestra vida cotidiana! A no ser que siempre comamos algo diferente y que todos los días durmamos en un lugar distinto. ¿Tal vez? No sé por qué, pero esa tarde porteña de luz tibia y miradas fatigadas pensaba que podía morirme. Quería dejar un testamento con lo único que tengo: sentimientos. Tal vez no sirvan para nada, pero bueno, es mi única herencia. Me acuerdo cuándo la conocí. Tan linda como siempre. Y yo ahí, en ese nuevo ahora rodeado de viejas cargadas de bolsas; viejas indias que venden chucherías made in China y viejas gringas que compran cosas criollas con la equívoca creencia de que acá somos todos gauchos de a caballo. Yo, risas, puras risas. Confieso que alguna rubia destilada y destetada me ha mirado en ese trayecto duro de repartidores de volantes, árbolitos, promotoras y agentes de viaje. "Cambio, cambio". Sí, siempre cambio, siempre el cambio. No importa que cambiemos esta vida por una muerte segura. Hay que cambiar. Siempre. Es la sociedad enferma que vive para cambiar monedas. Y bueno, yo con mis bolsillos vacíos. Algún ladrón me habrá sacado los pocos pesos que tenía para comprar algo de comer. Las manos se meten con arte en las peatonales inundadas de almas pecadoras. Y sí, yo, yo, yo. Condenado a repetirme y a parirme al infinito. Sepan perdonar la densidad, pero así es la City.


  Los currículum a la basura. Las agencias te toman: te toman la sangre y luego te tiran como una cascara de naranja. Te chupan hasta la última gota del jugo de tus pelotas. Es llegar a casa sin siquiera tener ganas de masturbarse. "Ganarse la vida" es un eufemismo para esa muerte cotidiana que es trabajar. Y así todas las cosas. Las idiotas de Recursos Inhumanos, mis enemigas eternas. Querría tener sexo con ellas hasta que sus anos queden secos como si las estuviera destripando con mi gancho de venas. Odio a las bobas de escuela y universidad privada que deciden tu suerte en base a tu color de piel, tu lugar de residencia, tu apellido, tu estatura y el tono de tus dientes. Y, cuándo no, cuando todo parece ser la viva imagen de la mierda que es Occidente, te inventan que no das con "el perfil". Y sí, la testosterona y los sesos activos pecan contra la obediencia que requieren esas corporaciones de chupasangres. Si Jesús se enfrentó a los vendedores del Templo, yo me enfrento con aquellos que directamente te venden el Templo con Dios y los creyentes adentro; yo aborrezco a esos que por un poco de vil metal te entregan a la madre, al Papa, al rabino y al cerdo de Obama servidos en una misma bandeja. Y sí, "te vamos a llamar", te dicen con su aliento a semen. Y no llaman nunca, nunca, nunca. Y cuando llaman, "das para este puesto, pero queremos disponibilidad total porque son horarios rotativos. Ese es el problema que tenemos con la gente que estudia. Igual, te vamos a tener en cuenta para otra búsqueda. Gracias por venir". Y sí, resulta que quieren jóvenes que trabajen cuando todos duermen y que a su vez puedan rotar por todas las sucursales de Capital y Provincia. Gente que pueda entrar a mulear a las dos de la tarde un día y que al otro pueda ingresar a las seis de la mañana con la posibilidad de hacer triple turno. 


  "Cambio, cambio", gritaban todos esos bobos que trabajan para especuladores. Cuevas de ladrones. Nada qué hacer. Miré Galerías Pacífico con desdén. ¡Toda la plata que hay ahí y la gente muerta de hambre! Igual, yo estaba estancado en la zanja de mis pensamientos inmundos: San Pablo dice que tener sexo con una ramera es formar una sola carne con ella. Yo digo que masturbarse es hacerse una sola carne con uno mismo. Y eso, mal que mal, es algo sagrado. "No mezclarás tu sangre con la de otro". Es racismo llevado hasta el extremo, es sectarismo del egoísmo, locura total. Porque yo no me acuesto con otra gente que no sea yo. No me contamino con sus esencias, pensamientos, miradas, olores, pieles, sudores y ropas. Soy yo. Siempre yo. Y las fantasías que tengo con esa mujer imposible a la que, obvio, le daría todo mi ser en cuerpo y alma. Pero ella me da nada más que su alma. Y su cuerpo, claro. Porque me quiere, se sienta y me habla; me consuela, me alienta y me inspira. Pero no me da la parte hueca de... Entonces no penetro en lo más íntimo de su corporalidad. Somos ángeles. Dispongo de sus oídos pacientes y de sus labios santos, no es poca cosa. Confieso que su Gracia me basta. Ella me llena. Su compañía suple todas mis carencias. Cada vez que me mira a los ojos, cada vez que me aconseja no aflojar, siento que renazco con la fuerza de la verdad revelada, con el poder del Dios vivo y eterno, del sol victorioso que se alza en el Oriente. Pero sí, hay algo de mí que busca perpetuarse en muñecos y muñequitas de barro, barro de sus entrañas, de su sangre azul. Y yo, que sé que me voy a hacer vapor para luego acabar en las nubes, bien arriba, arriba del bien y del mal...


  Con esa bola de pensamientos enfermos, con esa bolsa de resentimientos y frustraciones, con la risa de los mártires y el sudor de los condenados que se resignan, dejé atrás Avenida Córdoba. A lo lejos, atisbé los árboles de Plaza San Martín. O tal vez los imaginé. Comencé a sentir claustrofobia al verme encerrado en un cuarto de cuerpos húmedos, un cuarto de seres humanos transpirados, con olor y miradas de desprecio dirigidas a mí. Cada corriente demográfica que se transporta en una peatonal es como un ascensor horizontal. Invasiones bárbaras de saco y corbata, piratas de la internet y los negocios, cruzados de las empresas. ¡El horror, el horror de ver arder Roma y no poder hacer nada! Un estadio quemado por su propia gente, un descenso a los infiernos y una casa bañada en sangre. Los viejos del Senado en el baño, con el perpetuo propósito de deliberar el asunto de mantener sus privilegios vitalicios. Así las rentas, los campos y los honorables y delirantes montados en caballos de metal en los cuales montan yeguas supremas de los prostíbulos más caros de Buenos Aires. Luces, copas, tacos y mesas que golpean el techo.


  Un ruido de fondo. Mucho humo. Tal vez del otro lado de la Plaza San Martín, pasando la Cancillería. No sé. Escuché una explosión y vi una columna gris que envolvió la Ciudad, como si fuera un fantasma que intenta poseer el cuerpo de una víctima débil. Las sirenas empezaron a cantar cuan si unos marineros ingleses quisieran violarlas (cantaban de placer, obvio, porque son hijas de cipayos). En Avenida Santa Fe, vi cómo todos los coches particulares se convertían en vehículos oficiales: las balizas pasaron a los techos como por arte de magia. Me di cuenta de que la mitad del parque automotor argentino le pertenece a las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Frente a mí, pasó en contramano un sedán bordó con cuatro tipos sentados y un gordo atravesado que tenía los pies casi en la luneta y la cabeza en el parabrisas. Los cinco efectivos gritaban y reían en medio del ridículo desesperado de una emergencia muy bien montada. De la nada, aparecieron helicópteros, aviones, grupos comandos, francotiradores, asesinos a sueldo, policías, motociclistas, paracaidistas, perros adiestrados, periodistas, médicos, enfermeras, enfermas y políticos. Vi chicas llorando con pancartas escritas de antemano. Los que me rodeaban, en apariencia simples caminantes urbanos, comenzaron a gritar "¡Justicia! ¡Justicia!". Las cámaras de televisión estaban por todos lados. Me empujaban las adolescentes pagadas para este espectáculo inmundo. Todos querían acercarse al lugar de los hechos. Se decía que un auto estalló y mató a cinco personas. La chusma aplastaba a los débiles, a los que caían en la desesperación de un escape incierto hacia adelante. Sí, querían escaparse hacia el lugar donde estaban los cadáveres, muy bueno. 


  Alcancé Alem a las corridas. Un policía apostado en un retén me guiñó el ojo. No entendí qué quiso decir. No podía circular ningún vehículo que no fuera estatal. Los civiles eran parados y requisados. Conmigo hicieron la excepción. ¿Será que me vieron muy tranquilo en cuanto a rostro? Yo corría simplemente para alejarme de la masa, no por miedo. Una vez en Avenida Libertador, un tipo de traje me paró un instante, me miró con mucha atención, me revisó y me dijo: "No pares de correr. Con vos voy a hacer una excepción porque de acá no va a salir nadie. Tuviste suerte, flaquito. Se ve que sabías lo que iba a pasar. ¿Cuánto te pagaron?" Me sorprendió la pregunta. "No, señor. No sé de qué habla. Yo corrí rápido ni bien vi que comenzó a juntarse gente en Florida. Quiero irme a mi casa. Después me enteraré qué pasó. No soy chusma. Le pido por favor que me deje ir. No me quiero clavar acá. No soy terrorista. No tengo pinta de árabe." El hombre de anteojos negros se río y me dejó ir con la sola condición de que no me pare a hablar con nadie, "de acá hasta la Biblioteca Nacional". Me pidió que corra y que calle, que él ya había dado la orden para que "dejen pasar a un pibe de pantalones rosas, camisa azul, pelo largo oscuro y barbita". Fue muy gracioso porque yo corría con fuerza hacia el Norte y todos los uniformados me tocaban bocina, me levantaban el pulgar o me sonreían. Uno subido a un caballo dijo "este debe ser sobrino del Comisario Pérez". No me importó. Yo tenía que salir de esa confusión. 

  Y sí. Se dijo a la medianoche que fue un atentado del grupo fundamentalista islámico ISIS. Se llevaron presos a un par de tipos de una mezquita de San Cristóbal. Nada en especial. Más de lo mismo. Otro día más caminando por la calle Florida hasta Plaza San Martín y de ahí, a las paradas de colectivo de Retiro. Otro día más perdido en medio de turistas, inmigrantes empobrecidos, abogados, gente de oficina y otras porquerías. Otro día más, otro día más, otro día más. Más otro día y otro y otro más y muchos más, muchos pero muchos más...

2 comentarios:

  1. "Es llegar a casa sin siquiera tener ganas de masturbarse" ¡JAJA! ¡Muy descriptivo! ""Ganarse la vida" es un eufemismo para esa muerte cotidiana que es trabajar" Lo siento muy parecido, la esclavitud ha tomado con el tiempo colores parecidos a la libertad. ¡Espero que tu ficción no se vuelva realidad! El clima se vuelve insoportable, pero sólo nos recuerda lo irritante que es este sistema en el que muchos hablan, pero pocos dicen realmente algo.

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    1. Hacemos lo que podemos. Siempre traté de vivir más allá de la realidad pese a todo. Es la idea. No limitarse a la mediocridad de un trabajo no deseado, de un gobierno impuesto y de la tristeza en los rostros ajenos. Un abrazo grande.

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