Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

viernes, 19 de diciembre de 2014

Sueños locos XXXII (El Papa encubierto)





   ¿Sueños locos XXXII? ¿Sí? ¿El papa encubierto? ¡Vamos con eso carajo! El lugar de los hechos fue el Teatro Colón, en Buenos Aires. Van por la calle Viamonte y paran donde está el espacio de los chicos que entrenan con el skate, al lado de esa casa de la cultura porteña, en la explanada llena de magia wagneriana. Sí, se cruzan los skaters con los amantes de la música clásica y la opera. Todo se mezcla en una ciudad cosmopolita: las rampas de los que hacen acrobacias y los vestidos elegantes de las damas aristocráticas. Todo. El mundo está al lado de su representación a escala. Esto a modo de introducción. Pero esa noche de invierno y verano y de verano e invierno no fue tan prodigiosa en contrastes y mezcolanzas: yo estaba con la camisa negra y el cuello blanco sentado en un banquito. Miraba con tranquilidad el Metrobus de la 9 de Julio y el progreso de esta urbe tan hermosa. Los políticos pasan pero hay una voluntad popular que clama por el desarrollo y el avance de la civilización contra la barbarie que todavía se enseñorea de la mayor parte de nuestra patria. Decía que miraba, miraba como siempre miraba. Miraba los colectivos, los autos y las motos. Allá a lo lejos, como reflejos que se prenden en los espejos de la noche. Estaba desde la tardecita con el entretenimiento que me brindaban los jóvenes arriba de sus tablas. Era un turista en mi lugar natal. Algo muy pintoresco, muy romántico. Estamos cargados de matices y cosas bellas a nuestro alrededor pero no tenemos ojos para verlas por la natural y humana predisposición a las lejanías del tiempo y el espacio. El presente siempre se hace pasado. Se busca sí o sí lo venidero y eso es, tal vez, la esencia de estar vivo. No lo sé. Sólo sé que pensé que el atardecer iba a ver una vez más ahí plantado. Nada particular.

  Poco a poco, la noche fue cambiando. Los naranjas, rosas y rojos del cielo viraron a un azul bien muerto. Se consolidó la penumbra, se adueñó totalmente de la jornada. No quedaba nada. Un poco de melancolía pero de la suave, esa que queda en el fondo del tarro de helado o en el recuerdo de la mirada de una chica que  no está más. Ya había prendido en mí ese fueguito del solitario. Ahora miraba un desfile de caras vagas, largas, oscuras y desdibujadas propias de almas parduscas condenadas a cargar con el peso de la pena, pena que les ha sido impuesta por nacer hijos de sus padres y no de otras madres mejores que aquellas que les ha tocado en mala suerte. Una muchedumbre de tipos y tipas y tipitos y tipitas pateaban las calles juntando cartones y tapitas y bolsas con las que se vestían. ¡Pobrecitos! ¿Y el Estado? ¿Y "la Ciudad de todos los argentinos"? ¿Y los argentinos? ¿Y la Ciudad? ¿Y la Argentina? ¿Y Cristina? ¿Y Mauricio? Sólo un murmullo cargado con las lágrimas del campo. No había más ídolos para sacrificar. Sólo los propios hijos tirando de un carro. Yo estaba solo, como siempre. Alcé la mirada todavía más y giré mi cabeza hacia todos los lados. Me vi frente a frente con un campamento de indigentes de ojos marrones, bocas resecas, dientes ausentes, pelos duros y negros y gestos horribles. El aire explotaba en el vómito de una botella barata, de una panza seca y vacía. Los niños revoloteaban alrededor y copiaban las palabras y las acciones simiescas de los adultos. Los pibes de las patinetas desaparecieron ante tanto pedido de monedas. En un segundo cualquiera los zaparrastrosos estos prendieron un fogón. Pusieron unos pollos a cocinar. Aparecieron unas banderas rojas en algún lugar y algunos se taparon el rostro. Yo seguía ahí junto al lumpenproletariado. Ni cuenta se daban esos bobos de mi procedencia social idéntica a la suya. Tal vez porque mis rasgos sean más de Palermo que de mi Lugano. O porque no me siento ni gesticulo como estos matungos viejos que son machotes feroces del Conurbano. No señora, yo soy un señorito. Podré ser de condición humilde pero fui educado por un sacerdote católico de origen alemán. 
  
- ¡Es un cura! ¡Hay que matarlo! - Gritó un indio de pelo largo y ojos rojos.
- ¡No soy cura, mierda! - Grité ante toda la chusma mortal. 

  No me creían. No sé por qué, pero tenía un cuello blanco de cura. Era una pesadilla. Hasta mi cara fue en un momento la del Papa, que ha cumplido 78 años recientemente. Tengo 25. No entiendo cómo en un segundo me vi como un señor mayor. Bah, yo no me vi tan así. Ellos sí. Me gritaron "chupacirios" y comenzaron a increparme. Querían dinero, planes sociales, comida, ropa, vivienda, auto, vacaciones, computadoras, drogas, indultos, alcohol, entradas para el fútbol, cigarrillos, perfumes, motos, televisores, entrevistas, paquetes para el Mundial Rusia 2018, armas, camisetas, documentos argentinos, zapatillas Nike, joyas, gorras deportivas, relojes, anteojos, tatuajes, choripanes, aritos, plata para el casino, vales para el gimnasio, cochecitos de bebé, medicamentos, chapas, pañales y todo lo que existe. Sí, querían todo menos un trabajo. Estos chongos locos viven de la Iglesia y el Estado. No van a la sinagoga de la calle Libertad a romper las bolas. No son boludos. Saben que los moishes le meten una patada en el ojete por vagos y hacen bien. Los tarados somos nosotros. La cosa es que yo estaba en peligro. Acercaban sus caras sucias a la mía como si fueran a darme un beso pero me pedían pesos, muchos pesos y no besos. "Eh amigo, ¿no tene' una moneda?" Sí, los clásicos pedigüeños pero multiplicados por un millón. Y había pedigüeñas y pedigüeñitos y pedigüeñitas. Un espectáculo terrible.

   Creí ver pasar a la esperanza frente a mí pero no fue más que una vana ilusión. Un Comandante General de la Gendarmería, hombre alto y blanco de bigotes marrones, se dirigía al Teatro justo cuando yo lo abordé. Le pedí por la policía. Con acento porteño dijo que me iba a auxiliar. Me tomó del hombro y me llevó con él a ver la función. No lo podía creer. ¿Por qué digo que hubo un desencanto acá? Bueno, no todo es color de rosa. La fija es que sólo en sueños se corta el mar negro de la violencia y el caos social. Esta plaga de desposeídos está en todos lados. Cada vez son más. Nadie hace nada. No le dan empleo a todos esos corsarios de la calle que vagan sin cesar de un punto al otro de la megalópolis. Van por el mundo tomando, drogándose, robando, matando, peleando, pidiendo y haciendo cosas malas. Son ganado electoral. Están acá para votar e ir a los actos políticos. Son los eternos clientes de nuestros gobernantes. Parece que la noche de los tiempos se va a comer a toda esa multitud de indigentes, desquiciados y dementes...

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