Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

domingo, 7 de diciembre de 2014

Sueños locos XXX (Fernanda)

 





   ¡Ay de mí y de esa tarde gris y calurosa! ¡Qué tarde húmeda! Recuerdo la piel de su frente mojada por una leve película de sudor y veo ahora ante mí esos cabellos marrones llenos de perfume y vida e ilusiones y ensueños y venenos. Faltaba una hora para el atardecer. Me encontré con Fernanda de casualidad. Yo salí a patear la calle y a perder los vacíos del hastío. Iba envuelto en mis vapores mentales. Me volatilizaba al mentar mejores esferas, mejores planetas. Lo que veía de Plaza Democracia me parecía bien pero lamentaba en ese minuto único la corrupción eterna del tiempo. Parece que la única constante es que todo se va, se borra, se desvanece como un sueño. Como si el devenir fuera la única seguridad que tenemos. Yo me lamentaba porque estaba llegando a la calle Berón de Astrada y tenía pánico de que todo se pierda para siempre. ¿Sería la misma placita con cuarenta grados de calor, sol chocante y miles de almas allí retozando? ¿No era mágica esa sensación de ser el único ciudadano que camina ante la posibilidad de que el cielo se caiga en un diluvio sin igual? Yo era ahí sin nadie a mi alrededor salvo la dama fuerte, vigorosa, resuelta, atrevida y valiente. Pocas veces vi en una joven un abdomen tan duro y unas piernas tan sensuales. Parecía que su jean podía explotar en cualquier momento. En verdad, no era pechugona pero lo que no tenía adelante, lo tenía atrás: era una cola dura, violenta, desubicada, osada, provocativa, tentadora, impresionante, asesina, inigualable y hasta imposible. 

        Pocas palabras. No fue una tipa del lenguaje conmigo sino de la lengua. Me metió la suya en mi boca y me sentí penetrado por un beso mágico y criminal. Violó mi calma. Fue una perturbación grande y hermosa. Exploté de alegría al sentir el ardor de las venas suyas sobre mi cuello. Los brazos de Fer eran casi tan fuertes como los míos. Una señorita esclava del gimnasio. La mejor de todas. Los ojos color dulce de leche me los tiró encima y me manchó el corazón. Ahí estaba yo con la espalda pegada al paredón de la Escuela 15 en avenida Cafayate y Berón de Astrada. No podía escapar de esa furia erótica que me ataba al deseo, que me aplastaba y me tocaba. Deslizaba las manos con una habilidad indescriptible mientras me quitaba la respiración. Lo único que podía darle a mis pulmones era ese suave aliento a menta. Vivía en ella y por ella. Si hubiera querido, me habría asfixiado sin que yo me diera cuenta realmente. Estaba perdiendo la conciencia segundo tras segundo. La más bella de las agonías se consumaba en mi carne. No había escapatoria. Tenía que entregarme en cada gesto, en cada leve movimiento. Si la ofendía con algo que podía percibirse como rechazo, podía aumentar el deseo de ella hasta el punto de volverla loca y hacer que estalle una desesperación en su mente afiebrada. Le di el control de la situación. La dejé hacer, la dejé pasar en mi intimidad. Obvio que me hallaba a gusto pero también estaba un poquito sorprendido. Nunca me había ocurrido algo así. Tuve que ceder en todo. Se encontraba totalmente decidida. No le importaba nada, ni siquiera mi voluntad, que le era enteramente favorable. De haber sido yo un sujeto frío, lo mismo me habría calentado con tal de sacarme del letargo. Sinceramente, siento admiración ahora que puedo ver todo en retrospectiva. No es para menos. No es cosa de siempre...

        Fernanda me tenía prisionero. Movía su lengua dentro de mi boca de un modo increíble. Y los dedos suyos volaban sobre mi piel. Mucho no puedo recordar lo que sucedía alrededor. Sólo que la gente en la parada de colectivos nos miraba. Y miraba también la gente horrenda que viajaba en el 101, una de las peores líneas. Por lo demás, no podía quitarme de la situación. A Fer no le gustaba que abriera los ojos. Me pellizcaba. Quería que me concentre en eso hermoso que estábamos haciendo. Me dejaba tocarle la cola y ella me hacía lo mismo a mí. Era un ida y vuelta por momentos pero el partido estaba a favor de ella en balance. Yo perdía por goleada. Se ve que salió de su casa decidida a buscarme. Era la primera vez que nos queríamos de ese modo. Fue algo raro, repentino y casual de mi parte. Yo iba en actitud de nada. Jamás salí en cazador. Se dio y me dio. La atmósfera se prendió fuego. ¡Tanto era lo que esta señorita trastornaba el universo! Algunas gotitas cayeron de las nubes como si el cielo tuviera por voluntad apagar el incendio de nuestros cuerpos. Fantástico. En un parpadeo cualquiera sentí que me estaba bajando la presión. Sin embargo, me sobrepuse a mi debilidad orgánica y seguí apretando. Parecía que era una lucha por consumir la carne del amante en base a agarrones, abrazos, mordiscos, estrechones, caricias y palabras calentitas. La escena era tan buena que los espectadores se volvían locos de envidia. Nunca me sentí más dichoso en mi puta vida. El mundo se me paró y varias veces me acabó ahí nomás. Los vagos y borrachos pasaban y gritaban "¡Aguante Boca!" por la camiseta que llevaba la joven pegada al cuerpo. Ella dejaba escapar alguna risita y me pisaba con zapatillas Topper de lona blanca. Era sencilla en todo. Apostaba al arte de amar y de seducir, no como esas heladeras que se tiran toda la ropa de los shoppings encima y no por eso calientan algo. Lejos de mí esas frías y frígidas de los barrios caretas...

      El supermercado chino está enfrente de donde se desarrollaron todos estos sucesos. Ahí fuimos a comprar bolsitas del amor. Y desde ahí nos fuimos a mi casa a terminar lo que habíamos empezado. En suma, todo muy bien pero no tengo el número de ella y no sé si pasó o no. Lo soñé. ¿Por qué? No lo sé. No todo es todo lo que se ve y no todo lo bueno hace bien ni todo lo malo hace mal. La verdad es que hay una posibilidad constante de que todas las fantasías se hagan realidad. Por eso me considero dichoso aún en medio de la sequía de estos días...

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