Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

miércoles, 21 de mayo de 2014

Sueños locos XXIII (Mi pontificado)

    








       El sueño de mi vida: fui Papa. Les voy a contar cómo fue mi pontificado. Para empezar, les digo que elegí el nombre de Francisco II. Mis enemigos me decían "el Papa burócrata" porque me dediqué a atender las quejas de todo el mundo en mis ochenta años como Sucesor de Pedro. Tenía 50 cuando Dios me llamó a desempeñarme como su Vicario. Y bueno, me morí a los 130. Pero la tecnología y la ciencia me conservó con el aspecto y la salud de un chico de 25. Así es el futuro. Con semejante estado no podía ser menos que mis antecesores, todos ellos de feliz memoria. Para sincerar un poco las cosas, es menester confesar que yo en el trono petrino no hice más que profundizar lo hecho por Su Santidad Francisco I y por Juan Pablo II: recorrí toda la Tierra, establecí la nueva pax romana y fui conocido como "el pacificador universal". Debo admitir que mis adversarios me acusaron de cesaropapismo pero solamente atendí lo que mandaba mi conciencia según el momento histórico: conversión de todos los hombres al Evangelio e intervención no violenta en Tierra Santa para frenar la masacre israelí. Los Santos Lugares bajo vigilancia de la Cristiandad. Todo como manda el Señor. No podía ser de otra forma.

        Como Sumo Pontífice de la Iglesia Universal, de la única iglesia que es la Católica, Apostólica y Romana, me dediqué a los asuntos temporales con gran entusiasmo. El Santo Evangelio manda a darle de comer a los hambrientos, darle de beber a los sedientos, educar a los necios, corregir a los malvados, consolar a las viudas y visitar a los presos, entre muchas otras tareas. Para no tener que visitar las prisiones, instituciones por mí anatemizadas, me esmeré en darle empleo a todo el mundo, literalmente: fui el creador de la Red Mundial de Autopistas y de la Red Mundial de Ferrocarriles. ¿Dónde podían terminar estos caminos del siglo XXI? Sí, acertaron: todos los caminos conducen a Roma. Estas nuevas vías de transporte permitían a cualquier ciudadano del globo estar en la otra punta del planeta en menos de dos días (en el caso de los trenes, claro está). Estas grandes obras de infraestructura tardaron diez años en llevarse a cabo y ocuparon a la mitad de la población mundial, esa que hasta antes de mi llegada a la Ciudad Eterna carecía de agua potable, alimentos, educación, vivienda digna y que vivía con menos de un dólar por día. Conmigo eso se acabó: nadie se quedó sin la posibilidad de ganarse el pan con el sudor de la frente. Además, impulsé fuertemente la aeronavegación e hice realidad el sueño menemista de llegar a Japón desde La Rioja en avión en menos de una hora atravesando la estratósfera. Muchos dijeron que todo lo que hice fue delirante, vano y faraónico pero no fue más que una excusa del tipo keynesiana para alimentar a los muchos: aeropuertos, puertos, fábricas, escuelas, universidades y hospitales ayudaron a acabar con la pobreza, el analfabetismo, el crimen, la exclusión y la muerte de los más pequeños. Ahora, se preguntarán qué pasó una vez finalizadas todas estas enormes construcciones: adivinaron, las masas se dedicaron a conservar, mantener y limpiar lo ya hecho. A su vez, se levantaron industrias regionales por todas partes y florecieron los microemprendimientos y las inversiones. El turismo llegó a niveles inimaginables. Así como yo tuve las "llaves del Cielo" como buen portero celestial, como buen miembro del SUTERH, así también era poseedor de las llaves que abren las puertas de todos los senderos: de nuevo dieron en la tecla; los poderosos debían darme una partecita de la torta por circular por mis redes. Y yo a su vez distribuía lo recibido con los niños del África. Austeridad, paz, administración y, sobre todas las cosas, misericordia. Mucha misericordia (la Santísima Virgen María ha dicho "misericordia quiero y no justicia").

      También me acordé de mi patria: las obras anteriormente comentadas alcanzaron a la Argentina, desde ya. Fueron obras para todos, para todo el mundo. Pero me concentré muy especialmente en la limpieza del Riachuelo: puse una gran barrera de contención ahí donde desemboca en el Río de la Plata y cambié las aguas sucias por aguas nuevas. Y también curé los otros ríos contaminados de la Patria, incluso ese que es el más ancho del mundo. Todas estas tareas de saneamiento tuvieron por fin crear una costanera desde La Plata hasta la zona norte del Conurbano. Chau Dock Sud y chau puerto de Buenos Aires. Construí puertos en la Patagonia y en el Interior. La costa urbana la transformé en un lugar de vacaciones, deportes, paseos y recreación en general. Mente sana en cuerpo sano. Uno podía peregrinar desde el Tigre a la capital de la Provincia de Buenos Aires siguiendo las líneas del agua. Y lo mismo con la cuenca del Matanza-Riachuelo: a ambos lados creé parques, plazas, escuelas, centros deportivos y culturales. Volaron las fábricas y los galpones a otro lado. Hice todo un paseo verde hasta Cañuelas al fondo y más allá también. Aire puro y sol para toda la gente de la Ciudad y sus alrededores. La vida se había hecho muy amena en el país más austral del mundo. Como si fuera poco, mandé a cambiar los mapas: el hemisferio sur pasó a ser el norte y viceversa. Pero también conservé la cartografía vieja. O sea, la Argentina fue la nación más septentrional y la más meridional al mismo tiempo. Adiós hegemonía yanqui-sionista. Y sí, los ingleses se vieron presionados a devolver las Malvinas debido al aislamiento internacional. Pero como no quería pecar de argento, macaneador y subjetivo; como no quería que me gane el orgullo sudaca, opté por permitir la presencia de civiles gringos con la condición de que se conviertan al Catolicismo y se casen con gente criolla. Sí, fomenté el mestizaje e hice felices a todos.

        Todos estos planes de gran envergadura los mentaba desde un lugar que era llamado "el corazón del mundo". ¿Conocen las nuevas estaciones de subte de la línea A? Piensen, por dar un ejemplo gráfico, en la Estación Puán: bueno, así era mi lugar de trabajo, como una boletería de subte. Estaba bajo tierra atendiendo a todo el mundo. En ese punto confluían todos los ferrocarriles y autopistas del globo. Sí, en Roma. Jew York, París y Londres fueron hace rato. Roma volvió a ser la Capital Imperial de todas las naciones. ¿Cuál era mi "espada temporal"? Tenía a la famosa y temida Guardia Negra: un ejército de cuarenta millones de negros de la infantería. Ellos fueron los que ganaron África para Cristo. Es verdad que no tuvieron que disparar un solo tiro pero ahí estaban, con sus rostros fieros y sus cuerpos altamente entrenados. Luego tenía a las Legiones Romanas: eran las juventudes papales de toda Europa y Asia Menor movilizadas por la causa del Señor. El Viejo Continente ya no tenía Fuerzas Armadas al servicio de la Banca y la Bolsa sino que dependían de mi Autoridad Pontificia. Refundé el Imperio Romano y lo extendí a toda la humanidad. Es cierto que cada nación tenía sus príncipes pero Europa, África e Hispanoamérica estaban bajo mi jurisdicción. Lo mismo que la India (aunque el Tribunal del Santo Oficio tenía mucho trabajo que hacer en esa tierras de idolatras, que dejan morir de hambre al prójimo so pretexto de que ese es el karma que le toca por sus malas acciones de vidas pasadas). De mi dominio escapaban China, Japón, Rusia, USA, Inglaterra y Australia. Igual México había recuperado los territorios robados por los gringos. En síntesis, la totalidad del orbe me obedecía directa o indirectamente. Es cierto que con los protestantes, los ortodoxos, los musulmanes y los orientales budistas e hinduistas se complicaban un poco las relaciones pero en líneas generales fui Emperador y Papa a la vez.
        La gente me amaba no por la violencia sino por el amor: mis ejércitos no disparaban balas sino que se limitaban a intimidar con su sola presencia. Acabé con los narcosatánicos, las anakotortilleras y los fundamentalistas islámicos y judíos con mi sola autoridad moral. Cristo vence, siempre vence. Aunque mis detractores decían que era el Anticristo por inmenso poder. No importa. Les voy a comentar un poco cómo era la "ley de regalos": cada vez que alguien venía a visitarme o me obsequiaba algo, tenía la obligación de darme dos veces el mismo objeto: uno quedaba en Roma y otro iba a la caridad. Así conseguí ayudar a todos los pobres del mundo. En un principio rechacé todos los presentes en favor de los que menos tienen pero luego me di cuenta de que eso era hacerle un desprecio a quienes con tanto amor me obsequiaban. Entonces tomé esa resolución para ser atento y considerado con todos. "Todo para todos", el lema de mi pontificado, que puso a Hispanoamérica y África bajo la protección de San Martín de Porres, mi santo de preferencia.

        Para terminar, les cuento un hecho curioso: el Patriarca de África Negra, un negrito muy simpático, vino a pedirme recursos para construir un sistema educativo igual al americano. Muy ingenuo el moreno, como la mayoría de los hombres de su raza. Aunque era muy inteligente para todas las demás cosas. Un alma noble, santa y buena. Yo le dije que no podía consentir que enseñen inglés en el Continente Negro. Un cardenal italiano que estaba a mi lado me dijo que los africanos necesitan de sus lenguas nativas, del inglés, del francés y, en menor medida, del portugués por Mozambique y Ángola. También del árabe aunque ya habían dejado de ser musulmanes y a Dios gracias. Entonces me decidí por un veredicto salomónico: de ahora en adelante en las escuelas africanas se enseñarían las lenguas indígenas de cada lugar, el latín, el griego, el castellano, el francés, el portugués, el árabe y, recién en último lugar, el maldito inglés. Yo le dije a mi hombre fuerte del otro lado del Mediterráneo que no podía permitir que mi lengua castellana no tuviera un orden de privilegio en el Mundo Nuevo. Le dije que se olvide para siempre de Inglaterra y de los Estados Unidos: la nueva potencia mundial por los siglos de los siglos habría de ser la Argentina. Así como España llevó la civilización y el Evangelio a todo el mundo en su momento, así mi patria habría de ser el soporte de la Tercera Roma en el plano de la cultura.

          Así pasaron mis años: viajando por el mundo y ayudando a todos. Fui conocido como "el amigo de los hombres". Recuerdo como las juventud hispanoamericanas agolpadas en Plaza San Pedro cantaban "¡Qué salga el Papa la puta que lo parió!" y deliraban con mi sola presencia. Fueron días maravillosos. Los medios sudamericanos titularon "El Papa tribunero" y me dieron con un caño por mis actitudes fascistas y mis gestos parecidos a los de Mussolini. Pero no eran más que agentes de la Masonería odiados por todos. De todas maneras, obedeciendo a la prudencia y la humildad, me encerraba durante toda la Cuaresma en "el corazón del mundo": en esa especie de boletería de subte atendía a todos los que llegaban utilizando mis autopistas y trenes. Y salía por las noches a visitar a los enfermos. Las prisiones habían desaparecido de todo el mundo y había abolido definitivamente la pena de muerte. Los historiadores dijeron luego de mi muerte que mi pontificado fue tan grande como el de Pío IX, al cual canonicé lo mismo que a Pío XII. Hice grandes cosas en mis años al frente de la Iglesia, a saber: convertí a millones de judíos a Cristo, pacifiqué las naciones, generé pleno empleo... Lo que no pude lograr en esa fiebre de almohada juvenil es que River gane la Copa Libertadores de América. Hay cosas que ni Dios puede...

6 comentarios:

  1. Que tal capacidad de expresión libertaria mi amigo. En cualquier país te detienen y te meten adentro, y cuando estés adentro te la meten varios bien adentro. Cálmate....

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  2. Alan Christian: muy bueno lo que escribiste, este relato de ciendia ficción!!! (o como se llame); no le hagas caso a los ¿bufarrones? como el anonimo (siempre mencionan lo mismo en cualquier lugar). Nos hace bien lo que escribís.

    P. Domingo

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    1. Muchas gracias. Valoro mucho su comentario y su visita. Bueno, el género es ficción a secas. Y sí, los bufarrones dicen muchas pavadas pero hay que ignorarlos y perdonarlos: no saben lo que dicen. Saludos.

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